cuatro charlas con… la novicia nadia

Antes de su salida a Italia, donde ahora se encuentra en el Noviciado, una etapa muy importante de preparación a la consagración religiosa, charlamos un rato con nuestra querida Nadia Leitner, que vivió el tiempo del postulato en Vilacaya, Bolivia. Les dejamos aquí la hermosa entrevista!

Viviste tu tiempo de postulantado en Vilacaya (Bolivia), pero… ¿Qué es el postulantado para vos?

El postulantado para mi es una experiencia de encuentro, de entrega, de crecimiento y de seguir navegando mar adentro. Es tocar la misión con todos los sentidos y no solo como una experiencia de un tiempito, sino la confirmación de abrazar la misión adgentes y ad-vita con todo lo que soy. Un tiempo de profundización en el carisma, de ampliar los horizontes y animarse a salir de la propia zona de confort, de las costumbres o los hábitos de siempre hacer las cosas de una misma manera. Es permitirse empapar de Dios y sumergirse en su amor que sale al encuentro en cada amanecer. El Postulantado es tiempo de conocer, de seguir descubriendo, tiempo de batallas, perdida y ganancia, tiempo de compartir. Sobre todo, puedo decir con certeza que el Postulantado es tiempo oportuno para decir que si o no a la misión. Porque es encontrarse con ella de cara, es mirarla, tocarla y saberse sostenida, acompañada por una familia que cuida, que guía cada uno de los pasos. El Postulantado es mirar a Dios, es dejarse amar por Él y amarlo cada día. Creo que es, ha sido y será el entrenamiento para entrar a navegar en mar abierto en el noviciado, aquel que te prepara el corazón para dejarse sorprender por la creatividad del Amado. Aquel que te muestra que no hay horizonte al que no sea posible llegar, que no hay tierra dura que no sea posible trabajar y hacer florecer, como nos lo demostró la tierra Vilacayense.

¿Qué pensaste cuando te dijeron que hacías el Postulantado en Vilacaya?

Cuando me dijeron que hacíamos el Postulantado en Vilacaya, el corazón se me lleno de alegría y de miedos. El haber tenido la gracia de conocer la comunidad, la casa y el pueblo hizo que los miedos no fueran tantos. Pero si era consciente de que eran muchos los desafíos que se venían. Salir de la “comodidad o facilidad” de la ciudad, para insertarse en el campo me hacia pensar si en verdad yo era capaz de lograrlo. Me puso frente a mis propios límites, me invito a ponerme en las manos de Dios y confiar en Él, como Él lo hace conmigo por medio de tantas personas. La alegría de saber que era un tiempo de estar de cara a la misión ad-gente mas pura del territorio Argentina-Bolivia. El desconocer el idioma, la cultura, eran aquellos desafíos con los cuales yo deseaba encontrarme en un tiempo como este, porque sabia que sería el que me marcaria una huella segura del camino que había emprendido, me iba a mostrar aquellas cosas a las que soy capaz e incluso vislumbrar que el horizonte es mucho mas amplio de lo que en verdad vemos.

¿Qué aprendiste de la gente en Vilacaya?

Fueron muchas las lecciones que recibí del pueblo de Vilacaya, entre ellas podría nombrar: • Me mostro que no importa cuanto tengas, de que color seas, cuanto hayas sufrido o no siempre eres digno de recibir una sonrisa, aunque el corazón este roto y la mirada lo expresa, un saludo con un interés sincero en saber como estas. • Que la vida de comunidad no se trata solo de vivir solo uno cerca del otro, aunque haya kilómetros de distancia en el medio, sino que se trata de estar para darte una mano, la vida en común, los trabajos comunitarios, como todo es más sencillo cuando se hace con otros. • Que lo que tienen solo vale si se comparte, si se ofrece • Que cada día es una nueva oportunidad para dar gracias, para salir a trabajar la tierra, para luchar por lo que se quiere. Que siempre vale la pena intentarlo. • Que en el dolor Dios es consuelo, es compañero y sostén. • Que, ante las injusticas, la desigualdad vale la pena marcar la diferencia, aunque sea con lo mas mínimo.

¿Qué donaste a la gente de Vilacaya?

Creo en verdad haber donado muy poco en torno a todo lo recibido. Un espacio para escuchar, una risa o un juego compartido, un abrazo, una mano tendida dispuesta a ayudar, el deseo de conocer con respeto su cultura, una palabra de aliento, el acompañar a descubrir nuevos horizontes.

¿Cuál es la imagen, el sonido o el olor que no vas a nunca olvidar de tu tiempo en Vilacaya?

Creo que algo que no voy a olvidar es la imagen del pueblo de Vilacaya sentada desde el calvario, las comunidades perdidas en el medio de los montes, allí donde uno dice “es imposible que vaya alguien” pero ir y encontrar una comunidad reunida que te espera y se alegra con tu llegada. Otra imagen que me ha impactado mucho es la de los niños pastores jugando entre las ovejas

Como joven después de varios años de camino, ¿cómo te parece el Instituto?

Mirar el Instituto Misioneras de la Consolata luego de 6 años, me es imposible no hacerlo con la misma mirada que se tiene hacia la familia, con sus errores y aciertos. Una familia que busca caminar junta, que escucha, que mira en conjunto la realidad que la rodea para así buscar nuevos caminos. Una familia que conoce a cada uno de sus miembros, que sabe de sus luchas, que acompaña y sobre todo que busca siempre que cada un saque lo mejor de sí, que crezca y se pula para poder llegar a la Santidad, a ser lo más semejante posible a ese amor de Dios que nos abraza y nos sostiene. Un Instituto que es Madre, que es tierna, delicada, firme, segura, convencida e intenta que cada miembro sea feliz; que siempre se encuentre con el rostro del Amado, y que así sabiéndose amada, ame a cada hermano. Una familia que crece de sus errores, que sabe volver atrás y pedir disculpas, que ante cada desafío busca siempre el bien común. Un Instituto que se adapta a los signos de los tiempos sin perder su esencia, que sabe volver a sus raíces y proyectar su futuro. Un Instituto que ama profundamente y que se la juega por cada una de sus miembros.

Dentro de 20 años… ¿Dónde y cómo te imaginas?

Digamos que dentro de la familia Consolata es un poco difícil pensarse tan lejanamente, pero la Nadia de 50 años, se encontrará en la misión que Dios le haya confiado, viviéndola con alegría, adaptándose a todos los cambios, seguro que a unos con más facilidad que otros. Pero que intentará siempre de tender una mano, robar una sonrisa y no dejar ir a nadie sin hacerle saber que lo que tiene para decir u ofrecer es importante.

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