EL PRIMER ANUNCIO CRISTIANO/1

El discurso de Pedro en el día de Pentecostés. Reflexión bíblica de Ángelo Fracchia (primera parte)

La fe, como todas las realidades más espirituales (intuiciones profundas, amor, etc.), siempre intenta explicarse tomando palabras prestadas y razonamientos del mundo (de la cultura, de la lengua) en el que vive. Es esta la teología, el “decir Dios” con las palabras del contexto en el que nos encontramos. Palabras que serán limitadas, por supuesto, pero son indispensables, porque no se puede pensar en explicar nada que sea profundo si no es por aproximación y con formas expresivas que puedan decir algo a los contemporáneos.

Esto significa que las formulaciones de la fe cambiarán con el tiempo; si no cambian, y se siguen repitiendo aquellas de hace cien años antes, significa que ahora dicen poco, o bien que decían poco ya cien años antes (a veces alcanzan a decir poco tanto hoy como entonces).

Esto no quita que las primeras formulaciones, las más cercanas a los hechos, sigan siendo especialmente significativas, aunque tal vez también ellas sean imperfectas: porque están más cerca de la intuición inicial, y porque, en su inmadurez, revelan también  de un modo más claro el propio centro de interés.

Un contexto “arqueológico”

En esta tarea de recuperación, los evangelistas nos vienen al encuentro. Efectivamente, si bien fueron escritos varios años después de Cristo (al menos 25 el de Marcos hasta quizás 70 el de Juan), los evangelios tratan de restituir muchas de las modalidades con las que se hablaba de Jesús mientras Él estaba en el mundo. El ejemplo más llamativo es el título de “hijo del hombre”, muy utilizado en los Evangelios pero que la Iglesia no empleará jamás, o el hecho de que casi nunca se diga explícitamente Dios.

Pero esta misma atención Lucas la muestra también en los Hechos de los Apóstoles, incluso desde un punto de vista lingüístico. Los dos primeros capítulos del libro, efectivamente, parecen estar escritos por alguien que piensa en alguna lengua semítica y trata de expresarse en griego. Además, la lrngua mejora gradualmente, hasta convertirse en un espléndido ejemplo de griego helenístico muy elegante desde la mitad del libro en adelante. (Lucas sabe utilizar bien el idioma: como era habitual en las obras historiográficas de la época, la breve introducción está escrita en la lengua ática del siglo V a. C.).

También por esto podemos imaginar que el primer discurso de predicación de Pedro obviamente no sea la transcripción exacta de lo que dijo, pero evidentemente podría ser muy similar a lo que los primeros cristianos anunciaban en los inicios de su predicación.

Evangelist Luke Icon from Flickr 2

No es como creen

Según el relato de los Hechos de los Apóstoles, después de la resurrección de Jesús y de su ascensión al cielo, sus discípulos permanecen en Jerusalén, lo que no debe darse por sentado, ya que no era su región de residencia. Mientras están reunidos, el quincuagésimo día de la Pascua, el Espíritu desciende sobre todos ellos y comienzan a hablar en lenguas. Se reúne una multitud asombrada, y Pedro comienza a hablar. Según el relato lucano, es el primer anuncio cristiano, confiado, como corresponde, al “primero de los apóstoles”.

En primer lugar, Pedro niega que el fenómeno deba atribuirse a la borrachera, “ya que sólo son las nueve de la mañana” (Hechos 2:15). Es una observación irónica, que lleva a una tímida sonrisa pero que es preciosa. De hecho, conduce a la explicación real de lo acaecido, pero al mismo tiempo elimina cualquier dimensión “sagrada” mágica, que pudiera existir y que podría regresar. El cristianismo se presenta de inmediato como un movimiento espiritual, cierto, pero no desencarnado, exactamente como Jesús había sido la presencia de Dios pero en la carne. Y al mismo tiempo, es una observación en continuidad con el descubrimiento del resucitado: como se tuvo la tentación de buscar al crucificado donde no estaba, se podría continuar pensando que el movimiento cristiano, como todos los humanos, esté motivado por el interés en el poder o por la riqueza. No será así, el Espíritu y quien sea movido por él siempre sorprenderán.

De las profecías al hoy

Y para explicar en cambio, qué es lo que realmente sucedió, Pedro parte de la antigua promesa hecha por Dios a través del profeta Joel (Hch 2,17-21; Gl 3,1-5). Esa profecía, aquel sueño divino, estaba centrado en el Espíritu, en la presencia de Dios en el corazón y en las mentes, garantizada no solo por quienes debían poseerla “por derecho” y por encargo, o sea, los sacerdotes y los reyes, sino donada a todos, indistintamente, sin privilegios ni por el sexo, ni por la edad, ni por la dignidad. Todos habrían profetizado, es decir, habrían captado espontáneamente, interiormente, como Dios habría interpretado el presente y cómo habría sugerido de comportarse.

Entonces habría que preguntarse de inmediato por qué esto ha sucedido precisamente en ese momento y qué cosa el Espíritu tendría que decir. Y Pedro, casi pasando a hablar de otra cosa (¡aunque evidentemente no es así!), empieza a recordar la figura de Jesús, mencionando sus milagros de curación, su muerte obrada por las autoridades religiosas y su resurrección ( Hch 2, 22-24). Presentación muy rápida, sintética y concisa, centrada en los milagros, la muerte y la resurrección. Lo esencial, porque para Pedro, evidentemente, no importaba principalmente qué es lo que había sucedido. Ciertamente esto era fundamental, era, precisamente, el fundamento, ya que sin un elemento histórico de partida no había razón para interrogarse sobre su significado. Pero, de hecho, una vez que el dato histórico fuera confirmado  (para ellos también era un hecho cercano, menos discutible), era necesario establecer qué significase.

The Day of Pentecost of St. Louis – Cathedral Basilica of st Louis Missouri – from Flickr

El destino de Jesús

Pedro sigue citando la Biblia, como es normal. Vuelve a partir desde David y de un salmo en el que se lee que un creyente anticipa que no será abandonado en los infiernos (Hch 2: 25-28; Sal 15: 8-11). La suposición, que Pedro comparte con sus oyentes, es que la Biblia es confiable y veraz, incluso si necesita ser interpretada. Y él se empeña en ofrecer una explicación: hace notar que David de todos modos ya estaba muerto, como estaba demostrado por su tumba, presente en la misma ciudad de Jerusalén. Lo que decía en el salmo, por lo tanto, no debía referirse a él  en primera persona, sino a algún otro personaje  a quien David presagiaba (Hechos 2:30). El cumplimiento de esta profecía, afirma Pedro, está en Jesús, a quien Dios ha resucitado (v.32), ha acogido a su derecha, es decir, en el lugar privilegiado, dándole el don prometido del Espíritu Santo, que derramó sobre sus fieles (v. 33).

Una vez más, Pedro se apoya en las Escrituras para tener la confirmación de que estaba previsto que el elegido por Dios fuese asumido a su derecha (Hch 2: 34-35; Sal 109: 1), pero que evidentemente este elegido no era David, sino Jesús.

El punto de llegada de la demostración es el v. 36: aquel Jesús, que ha  sido crucificado por voluntad de las autoridades judías, algunas de los cuales debían estar allí presentes, ha sido constituido por Dios, con la resurrección, Señor y Cristo. “Cristo” indicaba el “ungido” (y este es el significado de la palabra griega), es decir, alguien que había recibido por mandato divino e inmutable: un encargo preciso: es la traducción griega del hebreo mesías, que indicaba el enviado definitivo de Dios, llamado a traer al mundo sin dudarlo, la voluntad divina. Es el cumplimiento en la historia de las expectativas religiosas. “Señor” indica alguien a quien seguir, a quien mirar como a un guía y a un ejemplo, pero también era el modo en que en griego se decía el “nombre propio” del Dios de Israel, ese “Yahweh” que los hebreos no pronunciaban.

Angelo Fracchia, biblista

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