Elegir la periferia

Cuando hace treinta años llegaron a Corea nuestros cuatro  primeros misioneros, encontraron aquí una pequeña iglesia local (menos del 4% de la población) pero muy bien organizada. La primera pregunta que se hicieron en esta situación fue qué rol  tendrían que desempeñar aquí como misioneros. La respuesta más lógica fue la de mirar dónde estaba menos presente la iglesia local, naturalmente,  las periferias eclesiales.

La primera situación, y también nuestra primera opción, fue la de los pobres urbanos. En medio de bosques, de apartamentos aquí y allá se encontraban las así llamadas ” villas de la Luna”, pequeños barrios en lo alto de algunas colinas  que la urbanización había olvidado. Aquí estaban los más pobres de Corea. Así fue como empezó  nuestra  primera experiencia de inserción en el barrio de Man Sok Dong.

Pero Corea es una realidad en constante movimiento y desarrollo, así que después de siete años el barrio se transformó, la gente se mudó a otra parte y nosotros también nos mudamos a un barrio en Seúl llamado Ku Ryong Maul, que desde lejos parecía una aglomeración de invernaderos, pero eran invernaderos  habitados por varios miles de personas..

Después de unos años la misma historia, el rápido desarrollo de la ciudad nos obligó a repensar nuestras opciones. Ya no tanto “donde estaban los pobres” sino “quiénes eran los pobres”. Cada vez resultaba más difícil encontrar un lugar físico donde se concentraran los pobres y los tipos de pobreza también eran más diversos. La incomodidad ya no era solo lo económico, sino social: minusvalía, ancianidad, soledad, familias monoparentales. Y todos ellos estaban muy distribuidos  por el territorio. Pero en ese momento nos dimos cuenta de que los más pobres eran los trabajadores extranjeros.

Así es como fuimos a la ciudad de Dong Du Cheon. Nuestro primer campo pastoral fue con los inmigrantes peruanos, pero poco después éstos desaparecieron y nos dirigimos a los filipinos y a los nigerianos. El P. Tamrat, en estrecha colaboración con la diócesis, logró reunir a las dos comunidades y también a algunos otros migrantes.

 Otro ámbito que atrajo nuestra atención fue el que podríamos llamar la periferia de la fe. La Iglesia coreana estaba creciendo a buen ritmo, pero los fieles de otras religiones eran vistos con un poco de hostilidad, tal vez evitados. Por lo tanto, vimos la necesidad del  diálogo interreligioso. Esta fue nuestra última opción en materializarse durante el lejano  1999, con la apertura de un centro específico.  Empezamos a prepararnos, a estudiar, conocer, y visitar a las otras realidades religiosas coreanas. Además del Budismo oficial, el Chamanismo, el Confucianismo, el Chong Do Kyo, el Budismo Won y, como éstas dos últimas, otras religiones autóctonas nacidas en Corea entre fines del 800 y principios del 900. El P. Diego está plenamente involucrado en esta empresa, participa en los encuentros oficiales de diálogo a nivel nacional, pero sobre todo trata de entablar relaciones con los representantes de las distintas religiones. Es un placer ver en una reunión a un monje o a un responsable de alguna religión que se  acerca  gritando: “¡Hola Diego!” Es algo que vale más que mil palabras o mil documentos, es una señal de que él no es visto como “el otro”, el diferente con otras creencias, sino como el amigo al que da gusto volver a encontrar.

¿Cómo se puede anunciar el Evangelio a quienes no sólo no lo conocen sino que no tienen ninguna  intención de escucharlo? Mostrando que Dios es Padre. Y, por tanto, haciéndonos  hermanos. Lo reconozco en ti, que eres diferente a mí, no piensas como yo, crees en cosas diferentes a las mías, eres un hermano, y así te trato. Este es el primer mensaje que pasa, y trae paz y colaboración, hace superar los miedos y la desconfianza. Este  también fue el motivo por el cual  hemos optado por continuar el diálogo de la vida más que el de la teología.

Al conocer la iglesia local, inmediatamente nos dimos cuenta de que era una iglesia vibrante de energía pero muy concentrada en sí misma y con poca atención al resto del mundo, también debido a precisos problemas históricos específicos.

Ahora la periferia que debíamos afrontar era para nosotros una periferia cultural, es decir, ayudar a la Iglesia local a abrirse a la universalidad y a la misionariedad.  Así comenzamos la revista misionera “Consolata” para dar a conocer una realidad casi nueva para este mundo. Es verdad que ya eran muchos los sacerdotes coreanos en el exterior, pero casi todos salían del país para ayudar a los fieles coreanos emigrados y no para evangelizar. Podemos decir que ahora hay mucho más interés y empeño por la misión ad gentes y también nosotros hemos contribuido a prepararlo y continuamos sosteniéndolo.

Sin embargo, nuestro compromiso no se limita a la prensa. De inmediato quisimos que también  los coreanos fueran protagonistas de la misión universal. Hemos recibido y formado a varios jóvenes y ahora hay siete misioneros de la Consolata locales, dos de los cuales están aquí en Corea y los otros están en misiones del Kenia, Taiwán, Argentina, Colombia y Estados Unidos.

Si desean, hay otra periferia: ¡es una periferia espiritual! Nuestros católicos son excepcionales en cuanto respecta al voluntariado. Es una iglesia que nació de los laicos, y todos se sienten responsables de contribuir de alguna manera con una  ayuda concreta a la comunidad. Pero la espiritualidad es poco profunda. No es de extrañar que hace 70 años había 150.000 católicos, hace 40 años eran menos de un millón, y ahora son más de 5. Por lo tanto, muy pocos son cristianos de  más de una generación. Entonces nos hemos lanzado a dictar pequeños cursos sobre la profundización de la fe, retiros, asistencia y dirección espiritual para laicos y religiosas.

Sin embargo, una experiencia única para quienes trabajan en el noreste de Asia, es la de origen confuciano. ¡Una cosa es ir a las periferias, y otra es ser la periferia! ¡Y aquí, como extranjeros, la periferia somos nosotros! A pesar de la extraordinaria acogida que nos brindan nuestros fieles, siempre tenemos la sensación de ser  “de afuera”. Los obstáculos casi insuperables de la lengua y de la cultura, aunque fueran superados, no bastan para hacernos sentir: “ahora son nuestros”. Pero precisamente esto es fundamental: la experiencia de que ni nosotros ni nadie en el mundo que se sienta “en el centro” pueda sentirse bien. Todos estamos en la periferia de la vida y de la felicidad hasta que nos acerquemos al verdadero centro que es nuestro Padre Celestial.

P. Gian Paolo Lamberto, imc

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