
Mantener viva la memoria del P. Camisassa es un deber para la diócesis de Turín que tiene en él a uno de sus más dignos y activos sacerdotes, y en particular para los Misioneros y las Misioneras de la Consolata, no tanto por lo que hizo, sino por lo que ha sido: un sacerdote que, en el designio providencial de Dios, fue dado al Beato José Allamano para que éste pudiera realizar lo que el Señor le había inspirado, especialmente la fundación del Instituto Misiones Consolata
Una persona que, para esto, ha dejado de lado todo lo que humanamente lo hubiera destacado y gratificado mayormente; un amigo que permaneció siempre al lado del P. Allamano participando como “segundo”, pero fiel colaborador, según el espíritu de servicio propuesto por el evangelio.
El P. Allamano dijo de él a sus misioneros: “Él vivía para ustedes y para nuestras misiones y el último día lo pasó pensando y hablando del Instituto. Las últimas palabras, que dijo eran su testamento, fueron de unión entre los Misioneros y las Misioneras”.
Los sentimientos del último día de su existencia terrena quedaron fijados en la eternidad, como garantía de su continuo interés hacia el Padre por el Instituto y su actividad misionera y como propuesta de vida para los Misioneros de la Consolata.
Etapas salientes de su vida – Nacido en Caramagna Piemonte el 26 de septiembre de l854, él también fue alumno de Don Bosco en el oratorio salesiano para los cursos del nivel secundario, luego ingresó en el seminario diocesano. Fue sacerdote de la diócesis de Turín en 1878. Nombrado miembro adjunto de la facultad de teología y de la de abogacía de la diócesis de Turín, enseñó moral en el internado eclesiástico de la Consolata y, durante un cierto período, fue también profesor de derecho civil y eclesiástico. En este campo demostró tener una capacidad notable: «Como profesor -atestigua D. Dervieux- tenía unas dotes superiores a lo común; poseía bien la materia y tenía el arte de hacerse comprender incluso por los menos dotados”. Esta evaluación encuentra muchos otros consensos: «Era claro y preciso, sintético…; no ahogaba la verdad y su juicio bajo una avalancha de palabras que van siempre en detrimento de la claridad: era medido, por lo que su pensamiento resultaba siempre claro, preciso” (N. Baravalle).
Las cuestiones siempre fueron examinadas profundamente por él. Las conclusiones prácticas siempre de gran utilidad para el ministerio” (A. Borda Bossana). Canónigo de la catedral y vicerector del santuario de la Consolata, murió el 18 de agosto de 1923. Pero su habilidad y su mérito se manifestaron sobre todo al lado del P. Allamano, como vicerrector del santuario de la Consolata y luego del Instituto Misiones s Consolata.

José Allamano, que lo había conocido cuando era su director espiritual en el seminario, tan pronto como fue nombrado rector del santuario y del internado de la Consolata, lo quiso como su primer colaborador. Juntos entraron en la Consolata para iniciar esta tarea, el 2 de octubre de 1880, y juntos permanecieron durante 42 años, hasta la muerte, compartiendo iniciativas, preocupaciones e ideales. Inmediatamente pusieron en marcha una serie de actividades que llenaron su existencia y que beneficiaron a la diócesis, al santuario de la Consolata, a toda la Iglesia, especialmente por su empeño en favor de la Misión.
.Todas las iniciativas, que llevan la firma del Allamano, llevan también la del Camisassa. Eran muchos y diversas. En primer lugar, la renovación del santuario de la Consolata, con las grandiosas obras de restauración, ampliación y embellecimiento. En 1899, el P. Camisassa fundó la revista La Consolata para difundir la devoción a la Consolata, informar sobre las actividades del santuario y sobre los trabajos para su renovación en previsión de las fiestas centenarias de 1904. Tal vez sea la primera revista mariana y una de las primeras, de carácter misionero , dirigida durante muchos años y con verdadera competencia por el Camisassa. Además los programas y proyectos para el desarrollo de la devoción a la Consolata, el conocimiento y la valorización del Cafasso hasta su beatificación, la fundación del Instituto de los Misioneros y de las Misioneras de la Consolata.
Laboriosidad incansable – Como ecónomo del santuario y del Instituto Misiones Consolata, el P.Giacomo Camisassa tuvo la oportunidad de demostrar su capacidad organizativa y su habilidad para actuar en los campos técnico y financiero, reconocida por todos. Los testimonios lo recuerdan como un gran organizador, extraordinariamente activo y trabajador, sumamente emprendedor y de gran practicidad técnica. Seguía con la competencia de un experto la planificación y ejecución de los trabajos. “Era un artista de la técnica – escribe P. Gays – y en la ejecución de las cosas materiales. Arquitectos, ingenieros, pintores, decoradores, marmolistas, albañiles, firmas industriales, contratistas, notarios, contadores, abogados, profesionales en general, encontraron en él a un experto. Con facilidad y rapidez esbozaba programas, redactaba informes, y proyectos, escribía artículos, hacía los balances y presupuestos, pagaba facturas, revisaba las cuentas.
Era práctico en todo y de todo quería saber la razón. Estudiaba diseños, calculaba la amplitud de un local, sus justas proporciones, la comodidad, la estética, la higiene, la solidez, la economía. Examinaba el material a emplearse, el caudal de las tuberías del agua y de los conductos del gas, el marco de una ventana, la cerradura de una puerta, la calidad de una tela, la forma de una vestimenta, el mobiliario de una habitación, el embalaje de un cajón» Con metodicidad, constancia, habilidad en todo tipo de trabajo, estudiaba proyectos, organizaba los trabajos en los más mínimos detalles, los preparaba con minuciosidad y precisión. Por lo tanto, el éxito era seguro.
Fue preciosa ésta su actitud para el envío de todo lo que era necesario para el inicio de las misiones en Kenia y para proveer de lo necesario a los misioneros. El material debía ser minuciosamente seccionado y pesado como para que pudiera llevarse al hombro y luego volver a ser montado adecuadamente de acuerdo con las instrucciones que él les daba. A este paciente trabajo se debe la organización de la primera carpintería en Kenia, en plena selva, con turbinas hidráulicas, aserraderos y edificios prefabricados. Después de la visita que hizo a las misiones del Kenia (1911-1912) como representante del Beato José Allamano, incluso diseñó un tractor para lugares colinosos como aquellos donde trabajaban los Misioneros de la Consolata. El proyecto fue patentado y registrado en la Oficina Brevetti Cassetta de Turín y posteriormente en Alemania.
Se entiende que cuando un hombre así controlaba los trabajos o se subía a los andamios sembraba el terror: daba órdenes, hacía rehacer los trabajos, cambiaba proyectos…, provocando también algún roce, que le tocaba recomponer a su amigo Allamano. Y él mismo tuvo que pagar el precio de antipatías disgustos, además de una laboriosidad infatigable: “Sus jornadas fueron plenas -continúa el P. Gays- constructivas, en las que no se perdía el tiempo y se verificaban pocos errores”. El mismo Allamano recuerda este don que él tenía, en ocasión de la enfermedad que lo llevó a la muerte: “Ha trabajado siempre y sólo por amor a Dios. Tenía siempre el afán de trabajar: quería saberlo todo, todo lo hizo; y era todo actividad”.
En realidad, la dedicación al trabajo es la característica del Camisassa. Es que, antes de entrar en al seminario, se ejercitó en el taller de su padrino herrero que dijo de él lo siguiente: “Como aquel de allí, tan trabajador e inteligente, nunca más tuve”. Posteriormente, junto al Allamano tuvo la responsabilidad de seguir el complejo trabajo organizativo que requerían las actividades planificadas en conjunto. Su lema podría ser: “Trabajemos, trabajemos”, corregido con el principio del Allamano de que “el bien debe hacerse bien”, por una motivación espiritual, pero también, como recuerda G. Barlassina, para dar esta característica a cada realización emprendida: “Sin ofender la pobreza y el espíritu religioso, crear nuevas obras con sentido del arte, gentileza y buen gusto: cualidades que hacen más decorosa y apreciable la obra misma, la hacen más aceptable y agradable al hombre y favorecen la ‘elevación del alma a Dios’. También en esto fue fiel al principio del Allamano de proveer de la mejor manera posible a las necesidades de los misioneros, con el fin de ahorrar sus energías para el apostolado y hacer más gozoso su servicio en situaciones a menudo muy difíciles.
P. Gottardo Pasqualetti, imc