
Las luces que Santa Teresita de Lisieux dona a la misièon y evangelizacièon, hoy
3.3 La via de la pasión
En el Ms C, Teresa retorna sobre el camino del “Cantar de los cantares”: Atráeme, nosotras correremos, para explicar a su Priora lo que ella vive.
“Entonces, ¿qué cosa es ese pedir ser Atraída, si no es unirse de una manera íntima al objeto que acerca el corazón? Si el fuego y el hierro tuviesen inteligencia y éste último dijese al otro: Atráeme, demostraría que desea identificarse con el fuego en modo que éste lo penetre y lo impregne con su sustancia quemante y parezca formar una sola cosa con él. Amada madre, he aquí mi oración, pido a Jesús que me atraiga en las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a él, en modo que Él viva y actúe en mí. Siento que cuanto más me inflame el corazón con el fuego del amor, más diré: Atráeme, tanto más a las almas que se acercarán a mí (pobre y pequeña chatarra de hierro inútil, si me alejo del brasero divino), correrán rápidamente al efluvio de los perfumes de su Amado, porque un alma inflamada de amor no puede permanecer inactiva».
El del fuego es otro símbolo apreciado por Teresa. “Con la simbólica del fuego, Teresa reencuentra espontáneamente el gran símbolo de la divinización del hombre en la teología de los Padres: el hierro de la humanidad vuelto incandescente por el fuego de la Divinidad en el don del Espíritu Santo” La profunda unión con Jesús que Teresa pide y experimenta transforma la “chatarra de hierro” en sustancia incandescente, transfigura su persona, haciéndola morada de Cristo que vive y actúa en ella. Teresa, inflamada por este Amor tan tierno y ardiente, dulce y apasionado, “no puede permanecer inactiva”. El extraordinario impulso misionero de Teresa, que la convierte en una mujer plenamente “en salida”, radica en esta unión que, lejos de plegarla en algún tipo de intimismo, la abre plenamente, como hemos dicho, a la hermandad universal y la involucra totalmente en la misión de Jesucristo, Hijo misionero del Padre, nuestro Hermano, Cordero inmolado que carga sobre sí el dolor y el pecado del universo y con su sangre lava, sana, salva, perdona, devuelve la vida.
Así Teresa se sumerge directamente en el núcleo incandescente de la misión, que se revela ensobre la Cruz, en el Corazón traspasado de Cristo que derrama sobre el mundo, sangre y agua, bálsamo rojo y ardiente que regenera a la humanidad y a toda la creación. Los inmensos deseos de la frágil florecilla, a la que no le hubiera bastado una sola misión, porque hubiera querido al mismo tiempo “anunciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta en las islas más lejanas”, hubiera querido “ser misionera no sólo por algunos años sino […] haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos” y sobre todo hubiera querido derramar su sangre por Jesús “hasta la última gota” en el martirio, estos deseos infinitos se condensan y se cumplen precisamente en el hundimiento en la fuente viva e incandescente de la Misión: la entrega total del Hijo al Padre, amando hasta el extremo. Teresa se sumerge enteramente en el Misterio Pascual, viviendo la pasión del sufrimiento físico e interior en la conciencia de que este dolor entregado, transformado en ofrenda viva, convertido en fuego de Amor, participación en la misión redentora de Cristo: “El Amor me ha elegido para un holocausto, a mí, débil e imperfecta creatura… ¿Esta elección no es acaso digna del Amor?… Sí, para que el Amor sea plenamente satisfecho, debe abajarse, sí, rebajarse hasta la nada y que esta nada se transforme en el fuego”.
En el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso como Víctima del Holocausto, que Teresa escribió el 9 de junio de 1895, se dirige a la Trinidad, a quien expresa sus mayores deseos:
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«Oh Dios mío, Trinidad Beata, yo deseo Amarte y hacerte Amar, trabajar para la glorificación de la Santa Iglesia salvando las almas que están sobre la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que me has preparado en tu reino; en una palabra, quiero ser Santa, pero siento mi impotencia y te pido, ¡oh Dios mío, que seas tú mismo mi santidad!».
Más adelante escribe así
: «Te doy gracias, oh Dios mío, por todas las gracias que me has concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Será con alegría que te contemplaré en el último día mientras sostienes el cetro de la Cruz. Ya que te has dignado darme en suerte esta Cruz tan preciosa, espero asemejarme a ti en el Cielo y ver resplandecer en mi cuerpo glorificado los sagrados estigmas de tu Pasión».
Finalmente, explicita su ofrecimiento:
“Con el fin de vivir en un acto de perfecto de Amor, me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, suplicándote que me consumas sin cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de infinita ternura que en ti se encierran, para que yo me transforme en Mártir de tu Amor, ¡oh Dios mío! ¡Este martirio, después de haberme preparada para comparecer ante ti, me haga en fin morir y mi alma se lance sin demora en el abrazo eterno de Tu Amor Misericordioso!».
El 3 de abril del año siguiente, en la noche entre el Jueves y el Viernes Santo, comienzan a manifestarse en modo evidente los síntomas de la enfermedad que la conducirán a la muerte, la cual se produjo, después de un doloroso calvario, el 30 de septiembre de 1897. Al mismo tiempo, Teresa entra en el “túnel oscuro” de la prueba de fe, que durará hasta el fin de su vida.
Kenia, 31 de octubre de 1930: Irene Stefani, misionera de la Consolata, muere a los 39 años tras haber contraído la peste de los enfermos a los que asistía. Irene, llamada por su pueblo “Madre toda misericordia”, vive plenamente la misión, en todas sus fases o dimensiones: la fase preparatoria, la fase de envío, la fase de permanencia operosa, hasta llegar a la última fase, en la que verdaderamente la misión se cumple, se consume, se realiza y expresa toda su fecundidad amorosa. Es precisamente la fase de entrega, de la total absorción en el misterio de la Hora de Jesús. Enviado a la cruz, en la muerte, en la resurrección y en el retorno al Padre. En la última etapa de su camino espiritual, Irene se agudiza en su necesidad de participación plena en el misterio de la Hora, y llega a ofrecer su vida a Dios por el bien de la Misión. Dos semanas después de este ofrecimiento, Irene muere de peste. Pero su gente comenta: “La ha matado el amor “. La muerte física se convierte en el último paso de la entrega de sí misma a Dios, en la entrega de Jesús en el misterio pascual. Irene Stefani fue beatificada en 2015.
Italia, noviembre de 2015. Llamémosla Hermana Giorgia (no es su nombre real). La encontré por última vez durante una visita a nuestra casa de hermanas ancianas y enfermas. Hacía dos años que regresó del Kenia, donde vivió durante 35 años. Regresó porque su salud es mala. Tiene 77 años y un cáncer la está devorando. La había visto hace tres años en Kenia, frágil pero muy activa y feliz, en una misión difícil y desafiante. Paso a saludarla una tarde para darle las buenas noches. Está con una flebo en goteo con analgésicos. Sabe que está en la fase terminal. No quiero cansarla, pienso simplemente darle n saludo. En cambio, ella me detiene: “Siéntate aquí, hablemos”. Sus ojos luminosos me convencen y le obedezco.
“¿Recuerdas cuando nos hemos encontrado hace tres años en Kenia? Yo corría, era feliz. Tuve una vida hermosa y plena. La misión me ha dado mucho. Estoy agradecida. ¿Pero sabes? No volvería atrás. No cambiaría con nada lo que estoy viviendo ahora». Sus ojos se vuelven aún más luminosos, en el rostro ahuecado por la enfermedad. “Ahora realmente entiendo qué es la misión. Ahora la vivo plenamente. Yo estoy con Él, Él está conmigo. Estoy abrazada a Él, a Su Cruz. Nunca había experimentado una intimidad con él tan fuerte y verdadera. Es bellísimo, es un don. No, nunca volvería atrás. Estoy muy feliz. Ahora la misión se cumple. Ofrezco todo por el Instituto, por la misión”. La Hna. Giorgia muere después de unos meses, consumida por el cáncer, pero no solo. Todo en ella es ahora un “holocausto”, es decir, está “quemado por completo”: el hierro ahora es toda uno con el Fuego.
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CONCLUSIÓN
Doy gracias al Señor y a todos ustedes por la oportunidad que me ha sido donada de estar con Teresa de Lisieux, de dialogar con ella y dejar que su experiencia ilumine la de nuestra Congregación misionera ad gentes. Me llamó la atención el redescubrimiento de una Teresa de Lisieux actual, capaz de abrir caminos a una espiritualidad misionera que tiene mucho que decir hoy a la Iglesia. Teresa ha prometido que continuará siendo misionera desde el Cielo, de serlo para la eternidad. En la carta escrita a su “hermano” misionero, el P. Roulland el 14 de julio de 1897, le anuncia con sencillez y alegría su próxima partida al Cielo y precisa:
«Realmente cuento con no quedarme inactiva en el Cielo: mi deseo es continuar trabajando por la Iglesia y por las almas. Le pido al Buen Dios y estoy segura de que me escuchará. ¿Acaso que los Ángeles no se ocupan continuamente de nosotros sin dejar jamás de contemplar el Rostro divino, de perderse en el océano sin riberas del Amor? ¿Por qué Jesús no me permitiría imitarlos?
Hermano mío, ves que si dejo yadel campo de batalla, ciertamente no es con el deseo egoísta de reposarme. […]
Lo que me atrae hacia la patria del Cielo es la llamada del Señor, es la esperanza de amarlo finalmente como tanto anhelaba y el pensamiento de que podré hacerlo amar por una multitud de almas que lo bendecirán eternamente». .
Estoy segura de que Teresa ha mantenido su promesa y hoy camina con nosotros por las calles de la evangelización. Que hoy interceda por todos nosotros y acompañe a la Iglesia por los caminos de la Misión en el signo de la pequeñez habitada por Dios, de la hermandad y la fraternidad universales, de la pasión ardiente por Dios y por la humanidad.
Hna Simona Brambilla, MC