En un mundo cada vez más intercultural, somos llamados a vivir con la diversidad y dejarnos enriquecer por ella
En la mesa de nuestra comunidad están sentadas hermanas de cuatro nacionalidades distintas y de tres continentes. No se trata de un acontecimiento especial, es nuestra vida de todos lo días: de hecho, la comunidad de Vilacaya (Bolivia) es formada por Hna María Elena, colombiana, Hna Marisa, argentina, Hna Mercy, keniota, y Hna Stefania, italiana.
A veces la gente se admira y se pregunta cómo se puede vivir junto personas tan distintas, pero para nosotras es cosa normal, hace parte de nuestro estilo de vida consolatino. Sin embargo, no se nace “interculturales”, más bien es un arte que se aprende con el tiempo, la experiencia, y el deseo de poder construir fraternidad.
La interculturalidad es característica propia de nuestra congregación: cada día más las comunidades se vuelven interculturales. Además como misioneras vivimos el contacto con otras culturas allí donde el Instituto nos envíe.
Volviendo a nuestra comunidad de Vilacaya – que vive la interculturalidad adentro – estamos también viviendo con el pueblo originario quechua: se trata de un mundo que de a poquito descubrimos, nunca se termina de aprender de un pueblo originario, ¡tanta es la riqueza que posee!
El contacto con el otro enriquece y ensancha el orizonte de nuestra mente. Sin embargo puede pasar que, al encontrar una cultura distinta, nos cerremos por miedo, juzguemos las diferencias como sin sentido, nos sintamos superiores y por eso autorizados a criticar. No hay que tener miedo de ciertas reacciones: lo importante es no dejarse atrapar por todo esto y abrirse con confianza al encuentro con el Otro.
Si para nosotros misioneros el llamado a la interculturalidad es algo constitutivo de nuestra vocación, es verdad también que hoy en día el contacto con otras culturas es frecuente en la sociedad por la migración y también por la facilidad de comunicación que nos ofrecen medios como la red internet. Así que es importante aprender a acoger las distintas culturas. No somos “profesionales” en interculturalidad, pero tenemos muchas experiencias en esta área, así que queremos dar unos consejos prácticos para una buena convivencia intercultural.
Primero: el respeto. A veces usamos la imagen de Moisés que tiene que quitarse las sandalias porque está pisando un terreno sagrado: así es cada cultura, incarnada en la vida de una persona. Tiene un valor que nos supera y por eso hay que respetar y evitar fáciles juicios sobre cosas que nos chocan.
Segundo: apreciar. Una manera sencilla de decir al Otro que lo aprecio en su diversidad, es comer su comida. Parece medio raro, pero comer y apreciar la comida de otra cultura es aceptar y acoger. Jesús lo dice a los discípulos que envía en misión: “Coman lo que le ofrezcan” (Lucas 10). Al contrario, si no aceptamos la comida del Otro, doy clara señal de poner barreras entre mi persona y la cultura ajena.
Tercero: dialogar. La vida comunitaria intercultural nos enseña que más allá de una cultura, está a mi lado una persona, con su historia, personalidad, expectativas y sueños, temores y dolores. Me puedo llevar muy bien con una hermana de otro continente y tener dificultades de relación con una paisana. A veces nos escondemos atrás de la palabra “cultura” para evitar de reconocer una dificultad de relación que depende de las personas, y no del origen de cada una. El diálogo, el conocerse, el compartir los valores de mi gente y escuchar los de los demás son acciones que construyen una convivencia intercultural fraterna y positiva. Para nosotros los religiosos misioneros la vivencia positiva de la interculturalidad se vuelve la primera forma de anuncio del Reino de Dios, sobretodo en lugares de primera evangelización, pero también en la sociedad cristiana que cada vez más se vuelve intercultural.
Hna Stefania Raspo, MC