
Nuestras jóvenes nos comparten el sueño de misión que hace vibrar sus corazones
En una charla amena reconocimos que muchos fueron los factores que nos trajeron a vivir una vida misionera, entre ellos podemos nombrar el compartir, la necesidad y el otro, siendo conscientes de que es ir al encuentro del Dios vivo.
El compartir nos brota desde lo profundo del corazón, nos permite ir más allá de nuestras propias limitaciones, dejando de lado aquellas cosas que no construyen, para así salir al encuentro de los demás. Muchas veces nos sentimos desafiadas, saliendo de nuestra estructura, para abrirnos paso al plan de Dios, que nos habla y nos invita constantemente a su anuncio, nos moviliza a la misión y nos propone vivirlo en su completud. Para esto Dios se va valiendo de los diferentes recursos, pero sobre todo de la libertad de cada una de nosotras para responderle. San Pablo nos dice en una de sus cartas “Ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mi” y es de esta manera experimentamos a Dios en nuestras vidas.
La necesidad nos habla como a la querida Madre Teresa y nos propone abandonarnos plenamente en Dios, que es dador de vida, que es quien nos provee de lo necesario para llegar al otro y nos alienta a seguir, porque en el rostro del hermano encontramos a Cristo. Y es Ahí mismo donde resuenan los nombres de personas que han movilizado nuestro camino con sus testimonios de una vida entregada y donada a la misión, Suor Leonella nos dice “Perdono, perdono, perdono” amando hasta el último instante y viendo con ojos humildes la necesidad. Después de esto las palabras sobran.
Por lo tanto la misión para nosotras es la vida compartida, entregada y donada a todos aquellos que Dios nos pone en el camino. Es vivir el día a día y en ellos aprender a abandonarnos plenamente en Dios, quien nos da la fuerza y nos invita en cada instante a reconocerlo en la necesidad de nuestros hermanos.
Muriel Leiva y Nadia Leitner