Pueblos de Amazonia: los Harakbut

En vista del Sínodo Amazónico de octubre, empezamos un viaje para conocer algunos pueblos de Amazonia, con sus desafíos, sus éxitos y esperanzas. Nuestro viaje empieza con el pueblo Arakbut, cuyos representantes han tomado la palabra en el encuentro con Papa Francisco en Perú, en enero 2017. 

Comenzamos una columna que nos llevará a conocer algunos pueblos del Amazonas, ese inmenso bosque denominado el “pulmón verde” del mundo, habitado por numerosos pueblos originarios que, tal vez por el hecho de vivir en entornos lejanos y aislados, no se conocen ni siquiera por nombre. Pienso que este es el caso de los Harakbut, una tribu amazónica que vive en el Perú; pero no es por casualidad el hecho de que inauguremos este espacio con ellos: dos exponentes, Harakbut, Héctor Sueyo y Yésica Patiachi, se han dirigido al Papa Francisco en Puerto Maldonado, el 19 de enero de 2017, durante su visita al país, y con palabras intensas y conmovedoras le dijeron: “Estamos agradecidos y contentos de que hayas venido a visitarnos desde muy lejos. Hoy te has recordado de  los más olvidados “(Yesica). El encuentro de Puerto Maldonado ha dado inicio a un camino de preparación para el Sínodo Panamazónico que se realizará este año.

Pero ahora podemos conocer un poco más cerca  a  los Harakbut: en su lengua el nombre significa, “gente”, “personas”, como se encuentra a menudo en los nombres nativos. En el último censo, resultaron ser 8.055 Harakbut, que viven en las orillas del río Madre de Dios e Inambari: al igual que todos los pueblos amazónicos, la relación con el río es vital y central. Su lengua es única, no tiene parentesco con otras y tiene varios dialectos, de los cuales al menos tres están en vías de extinción.

Los Harakbut entraron en contacto con los incas, en el siglo XV, cuando el imperio andino quería extenderse hacia las tierras bajas, pero sin éxito: a causa dell clima, de las enfermedades y de la resistencia de los pueblos de los bosques, los incas no pudieron dominar la zona. Un siglo después, los españoles penetraron en la selva del río Madre de Dios: ellos también encontraron la resistencia de los Harakbut y de otras tribus, por lo que la presencia colonial fue secundaria en la zona. El contacto traumático con el mundo “blanco”, “moderno” se produjo en el siglo XIX, con el auge de la extracción del caucho: los blancos trajeron enfermedades, explotaron la mano de obra indígena hasta el límite de la esclavitud y se estima que el 90% de la población fue diezmada. Como muchos otros grupos de la selva, para defenderse de la letal presencia blanca, los Harakbut se internaron en el bosque, en lugares difícilmente accesibles.

A principios del siglo XX llegan las misiones católicas de los dominicos: una figura destacada es el padre José Alvarez, que es recordado  con gratitud por los Harakbut: “Él había entrado en contactó con nosotros y por eso todavía estamos vivos”, explica Yesica al Papa Francisco, y le dice que su presencia entre ellos  les hace recordar al venerado  dominico, que defendió a la tribu de la presencia invasiva de los extractores de caucho.

Desde los años setenta del siglo XX, la invasión blanca toma la forma de buscadores y lavadores de oro y de los colonos que el estado peruano envía para cultivar las tierras de la zona. A partir de los años ochenta, los Harakbut se han organizado con otras tribus para defender sus derechos y denunciar los abusos. Yesica sigue diciendo: “Hoy, muchos vienen a cortar los árboles y a buscar oro invadiendo nuestro territorio sin consultarnos. Moriremos cuando los extranjeros perforen la tierra para extraer el agua negra metalizada (el petróleo), sufriremos cuando nuestros ríos se envenenen”.

A pesar de los cambios dolorosos, los Harakbut continuaron su vida tradicional. En los últimos años, han abandonado la tradicional casa grande, la maloca, para reemplazarlas por habitaciones unifamiliares, incluso si los miembros de la familia extendida tienden a construir las casas cercanas y continúan tejiendo relaciones sólidas y significativas en el grupo. Los hombres son por excelencia cazadores con arcos y flechas, mientras que la pesca es una actividad compartida por toda la comunidad. Tradicionalmente, la agricultura era una actividad femenina.

La visión de la realidad y de la vida es cósmica: hay un equilibrio, una armonía a nivel cósmico, que puede romperse por diferentes causas, como la enfermedad. Muchas veces la enfermedad se atribuye a la brujería, luego los Harakbut cantan ciertas melodías, llamadas eshuva, para pedir la ayuda de los espíritus y de los seres sobrenaturales con el fin de volver al equilibrio originario. Pero de la misma manera, los hechiceros usan estos cantos para causar la ruptura de la armonía.

Incluso los ancestros son considerados guías y compañeros que ayudan en las dificultades, y es significativo que entre los ancestros también recuerden al Padre José Alvarez: “El espíritu de nuestros ancestros y el espíritu de Apagntone (nombre Harakbut de P. Alvarez) está con nosotros. Nos dicen que era fuerte. Ahora que el espíritu de nuestros antepasados ​​nos acompaña, todavía resistimos “(Yesica). Esto indica cómo la presencia católica de los dominicos es muy positiva, y es un punto de referencia para los Harakbut, en la lucha por la supervivencia.

¿Cuáles son las perspectivas de futuro para la tribu? A diferencia de otros grupos, todavía son un grupo étnico numeroso (ahora muchos grupos indígenas no superan unos pocos centenares de individuos), tienen una lengua viva y pueden ser una fuerza en la resistencia contra los ataques a los bosques, especialmente en la organización en la que participan en defensa de sus propios derechos. Sin embargo, el gobierno peruano no apoya a los grupos nativos, aunque la mayoría de su población es indígena. Desafortunadamente, los intereses económicos (la extracción del petróleo y del oro hoy, como ayer la extracción del caucho) siempre tienen un mayor peso en las opciones políticas. La esperanza es que el próximo Sínodo Panamazónico suscite en la opinión pública un mayor interés en los derechos de los pueblos de la Amazonía, que se creen espacios de comunicación y revindicación para los pueblos del bosque, que la Iglesia tome decididamente la parte de los Harakbut y de los otros pueblos, y que el mundo redescubra la armonía cósmica, el equilibrio de todos los seres vivos en la escuela de estos hermanos y hermanas que han mantenido una relación sostenible con el bosque, en lugar de saquearlo y destruirlo irreparablemente.

 

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