Seguimos con la presentación del libro del Apocalipsis del biblista italiano Abgelo Fracchia
Un apocalipsis … extraño
¿Y por qué este apocalipsis termina en la Biblia? Probablemente porque, aunque se mueve completamente dentro del género, lo distorsiona. El apocalipsis de Juan recupera el clima lúgubre, los enigmas, los símbolos… pero es profundamente optimista. Basta señalar que, cuando tiene que calcular el número de los salvados, enumera 144.000 (12, el número de perfección, para las 12 tribus de Israel, por 1000 que indica una multitud) “y luego una inmensa multitud, que nadie podía contar, de cada nación, tribu, pueblo y lengua ”(Ap 7,4-9).
Pero hay otros dos elementos que “desentonan” en nuestro apocalipsis: cuando enumera, de manera angustiosa, una serie de flagelos (los siete sellos, las siete trompetas …), se detiene antes del último para un visión reconfortante (cap. 7; 10.1-11.13; 14.1-5).
Y sobre todo, al comienzo del libro, después de una rica parte introductoria (los tres primeros capítulos), se muestra la visión del trono de Dios, y de Jesús que triunfa. De hecho, indica inmediatamente el final de la historia. Sería como si en un thriller el autor inicialmente revelara al asesino, para no tener ansiosos a los lectores.
Nos concentramos precisamente aquí en esta riquísima “solución inicial” (capítulos 4-5).

El fondo del cielo
Comenzando, puede ser útil aclarar de inmediato cualquier posible malentendido. Hay lecturas de la Biblia que intentan interpretarla literalmente, como si realmente explicara lo que ha sucedido, así como como ha sucedido. Sin duda se trata de una interpretación sensata en algunos libros y pasajes, pero fuera de lugar en otros. Por otro lado, cuando le contamos las fabulas a un niño, ni siquiera él piensa que de verdad en la naturaleza los lobos, los corderos y los cerdos realmente hablen; pero ese mismo niño escuchará la fábula como si contuviera verdades útiles para la vida, y probablemente tenga razón.
No es difícil entender que el Apocalipsis deba ser leído de manera simbólica si conocemos los otros apocalipsis… o si intentamos dibujar la siguiente imagen: en el trono del cielo está sentado uno (5,1), y en medio del trono, y en medio a veinticuatro ancianos, y en medio de los animales, está un cordero, de pie como inmolado, con siete cuernos y siete ojos (5,6). Sería un trono demasiado abarrotado. O bien para ser entendido en un sentido simbólico.
Por ejemplo: ¿quién se sienta en un trono sino un rey? ¿Y quién podrá ser el rey del cielo (4,2)? No puede tratarse de otro sino solo de Dios o, si queremos, del Padre.
En torno al trono, hay veinticuatro ancianos, sentados a su vez en tronos. Significa que comparten la autoridad real, y de alguna manera representan a ese rey que es Dios. ¿Quiénes pueden ser? Nos sirve de ayuda recordar que según los hebreos los libros del Antiguo Testamento son 24 (porque no incluyen algunos libros que están escritos solo en griego, y nosotros los incluimos, y luego, a los de los doce profetas menores los cuentan como un solo libro, y así también los libros dobles de Samuel, de los Reyes, de las Crónicas, de Esdras y Nehemías…). El autor pretende reiterar que la Biblia nos presenta la imagen de Dios, que de hecho está “en el centro” de los veinticuatro ancianos (en el corazón de la Biblia está Dios).
También aparecen cuatro seres vivientes. Cuatro como los puntos cardinales, que permiten llegar a todo el mundo, y a los seres vivientes, porque Dios no se jacta de su propia fuerza ni de su grandeza, sino que se gloría de haber creado la vida; y están representados por un león (el valor, el coraje), un ternero (la fuerza, la paciencia), un hombre (la inteligencia, la superioridad) y un águila (la mirada desde lo alto, la perspicacia). Ellos también están alrededor del trono: incluso la vida en la tierra, en todas sus direcciones y en todas sus expresiones, tiene a Dios en su corazón.

El cordero
Luego se introduce en la visión un libreto, escrito por dentro y por fuera (con un significado visible y uno más interno, ambos significativos) pero cerrado por siete sellos, y por lo tanto ilegible, ininterpretable, e incomprensible.
Mientras el vidente se desespera porque no podrá saber qué hay en ese libreto, aparece el león de Judá (recuerda la profecía de Gen 49: 9-12), el brote de David (cf., entre otros, Mt 12, 23), que es claramente Jesús, presentado en modo muy extraño. Mientras tanto, se dice que está en el centro del trono. Podríamos explicar que está en el corazón de Dios, en el centro de la intención divina y de su realeza: si quiero ver a Dios, miro a Jesús.
También se dice que está en el centro de los veinticuatro ancianos (el Primer Testamento habla de Jesús: cf. Lc 9, 30-31) y en el centro de los seres vivientes (en el corazón de la vida, que está en el corazón de Dios Padre, ahí está Jesús). Se presenta como un cordero, como aquella víctima mansa y humilde que en la noche de Pascua implora para los fieles la salvación de todas las amenazas. Y este cordero, a su vez, tiene unas características singulares, que el autor también nos invita a notar, incluso con medios no del todo ortodoxos.
En medio de una presentación muy solemne, de hecho, desliza un error gramatical. La lengua griega, en la que Juan escribe el Apocalipsis, tiene tres géneros gramaticales: además del masculino y femenino que son familiares para quienes hablan italiano, también tiene el neutro. “Cordero” es una palabra neutra, y encontramos en neutro también: “de pie” y “como inmolado”, pero luego “que tenía” vuelve al masculino. El lector, habiendo llegado aquí, probablemente piense que está equivocado y relee. Una, o tal vez dos o tres veces. Al final, llega a la conclusión de que el autor no sabe escribir… pero mientras tanto, se ha detenido, no ha podido sobre el trozo a la ligera, y se la recordará.
Y recordará cómo viene presentado el cordero: de pie, como inmolado. ¿Cómo puede mantenerse erguido lo que parece inmolado? ¿Cómo puede parecer inmolado si está de pie? A menos que… se hable de aquel cordero que “hace las paces” entre lo humano y lo divino dejándose matar como Isaac pero resucitando (levantándose de nuevo sobre sus pies) de la muerte.
Él será la clave para la interpretación de la voluntad divina, aquel que abrirá los sellos y podrá hacer que se lea el libro tan rico en palabras. Mirando a Jesús entendemos cómo interpretar todo el Primer Testamento, toda la vida, toda intención divina. Y en Jesús nosotros descubrimos un rostro de Dios acogedor, misericordioso, nunca crítico, dispuesto a ofrecer su propia vida para que no falle la comunión entre Dios y los hombres. En resumen, en el cielo no hay puertas cerradas que se abren para muy pocos, sino portones abiertos de par en par (Ap 4, 1) para “una multitud innumerable”, que nadie podrá contar.
Angelo Fracchia, biblista