Entre los Misioneros y las Misioneras de la Consolata, que supieron caminar “sobre las huellas del Allamano”, también puede ser útil resaltar a aquellos que han sido capaces de participar de una manera especial de su espíritu, aún sin haberlo conocido personalmente. Este es el caso de la Hna. Prisca Groppo, médico-misionera, fundadora del “Hospital Nazareth” en Kenia, fallecida trágicamente luego de un accidente automovilístico en 1971.
UNA HIJA ENCARIÑADA
Nacida en Turín en 1931, la Hna. Prisca obviamente no se encontró con el Allamano, pero desde pequeña escuchó hablar de él, porque su familia estaba vinculada al santuario de la Consolata. Su relación con el Fundador ha sido favorecida por una circunstancia aparentemente simple, pero que la ha impresionado tan profundamente que fue decisiva para su futuro.
Durante la Segunda Guerra Mundial, fue desplazada con su familia a Casorzo, un pequeño pueblo en las colinas del Monferrato. Un día, mientras asistía junto con otras jóvenes en el funeral de la Hna. Clorinda Datomo, una joven Misionera de la Consolata, que murió a la edad de solo 27 años por tifoidea, Ángela (su nombre de bautismo) se sintió conmovida por esta reflexión: “Ahora hay una misionera menos”. Antes de llegar al cementerio, Ángela ya había madurado su decisión: “Voy a tomar el lugar de la Hna. Clorinda”. Esta promesa, formulada en su corazón cuando tenía solo 11 años, no resultó ser la fantasía de una niña, sino que se cumplió puntualmente. Y precisamente en vista de la misión, Ángela, después de finalizar sus estudios secundarios, decidió asistir a la escuela de medicina, graduándose con las mejores calificaciones.
Ingresó en el Instituto de las Misioneras de la Consolata, hizo su profesión en 1955, a la edad de 24 años, tomando el nombre de Hna Prisca. Después de un período apropiado de práctica profesional en los hospitales de Turín, finalmente, en 1964, pudo llegar a Kenia. Desafortunadamente, su servicio médico misionero duró solo seis años. Sobre ella se fundaban las esperanzas no solo de sus hermanas, sino también de muchas personas, porque era conocía su sensibilidad hacia los enfermos. Siguiendo el noble espíritu del Fundador, quería que su hospital fuera “digno” y que el servicio de enfermería fuera familiar y gentil, para que los pacientes y sus familiares se sintieran cómodos. Para ella, todos los pacientes eran iguales, ricos y pobres. Si había alguna preferencia, era para los más pobres. No en vano la gente del pueblo la había definido: “el ángel blanco”. Su lema misionero lo había tomado de la carta de Pablo a los Efesios: “La verdad en el amor” (4:15). Estaba convencida de que su vocación personal era evangelizar, no tanto en palabras, como sirviendo amorosamente a los enfermos.
El proyecto de Dios sobre la Hna Prisca no coincidía con el de su Instituto y ni siquiera con las expectativas de la gente que la querían para sí mismas y por mucho tiempo. El Señor, en cambio, la llamó cuando solo tenía 40 años de edad. Ahora su sonrisa, fijada en la gran fotografía del centro del hospital, continúa alentando a todos los enfermos, incluso a aquellos que solo han oído hablar de ella, sin haberla encontrado nunca. La tumba que conserva sus restos mortales está en el centro del cementerio del hospital, circundada por muchas otras misioneras, frente al altar sobre el que está fijada en bronce la palabra clave que explica toda su vida y que fue tan repetida por ella: «Magnificat».
La comunión de la Hna Prisca con el Allamano siempre ha sido intensa, aunque ella prefería mantenerla reservada. No hay duda de que esta comunión ha sido favorecida por la escuela de espiritualidad que ella había tenido en San Mauro, con el P. L. Sales, uno de los primeros misioneros y primer biógrafo del Allamano, y que fue durante un período su director espiritual. Pero indudablemente, ella supo madurar gradualmente su conocimiento personal y una apreciación sincera del Fundador, al punto de no sentirse más condicionada por ninguna influencia externa. A su muerte, entre sus cartas reservadas, se encontró una fotografía del Allamano detrás de la cual estaba escrito de su propio puño: “Querido padre, protégeme, guíame, intercede por mí ante la Verdad. Condúceme a la verdadera santidad. Pídele a María Consolata el regalo recíproco entre Jesús y yo, su hija. (22 de mayo de 1960). “El sufrimiento es la sed de amor” (Padre)”. Esta era la espontaneidad con la que la Hna. Prisca hablaba con el Allamano.
CONVERSACIONES EN FAMILIA
Los dos volúmenes de “La Doctrina Espiritual”, editados por nuestro Instituto en 1949, contenían espiritualidad y pedagogía, como resultaba de las conferencias dominicales del Allamano a los misioneros y misioneras. Estos dos volúmenes han sido una fuente inagotable de inspiración para la formación religiosa y misionera de la Hna. Prisca. Al examinarlos, nos damos cuenta de la atención con la que ella los ha leído y meditado.
Cuando leía un libro que le interesaba de una manera particular, la Hna Prisca solía subrayar las oraciones que más le impactaban. Lo mismo ha hecho con los dos volúmenes de la doctrina del Fundador, martirizándolos bastante. Lo que parece más curioso, sin embargo, es que, en algunos puntos la Hna Prisca agrega algunas notas de su puño y letra al margen del texto. A veces expresa adhesión, o bien profundiza y busca las razones; otras veces simplemente se aplica a sí misma lo que sugiere el Fundador; en otras ocasiones manifiesta sus interrogantes o se plantea algunas ideas distintas. Sin embargo, esta forma de acercarse al espíritu del Allamano es un ejemplo de cómo una de sus hijas misioneras, desde joven y la primera en partir y haya sabido hablar con su propio Padre y confrontarse con su pensamiento y con sus propuestas. Aquí hay algunos ejemplos ilustrativos: Los consensos prevalecen. En primer lugar, decimos que los consensos prevalecen en términos absolutos, porque la Hna. Prisca confiaba totalmente en lo que decía su Fundador. Por ejemplo, cuando el Allamano asegura a quienes sienten un poco de debilitamiento en el entusiasmo por el estado religioso, asegurando que no es un signo de falta de vocación “siempre que la voluntad permanezca constante y no abandone el llamado divino”, ella subraya esta frase y en el margen, traza una línea vertical y escribe un gran «Sí» (pág. 8). Cuando el Fundador invita a dejar el Instituto a aquellos que no tienen un propósito claro de hacerse misioneros, ella escribe: «Me parece hermoso que el Instituto tenga este único fin, también por la tranquilidad espiritual de los que entran, porque sabe que su vocación es la de ser Misionero, allí lo llevará a cabo plenamente “(p. 43). Cuando el Fundador habla de la necesidad de “entregarse inmediatamente, con toda la energía, al conseguimiento de la verdadera santidad, no batiendo el aire con deseos efímeros”, […] ella escribe dos líneas verticales al margen y confirma con un hermoso “Realmente”. (p.93).
Podríamos seguir dando ejemplos donde Hna. Prisca se declara totalmente de acuerdo con el Fundador. Sin embargo sean suficientes todavía éstas: al hablar de la necesidad de tener en cuenta las “pequeñas cosas”, El Allamano enseña “[…] a evitar las más pequeñas faltas voluntarias, practicar los pequeños actos de virtud”, y ella primero subraya y luego escribe: Requiere una voluntad siempre vigilante, esencialmente siempre amante para evitar el aburrimiento de esto “(p.99). Hablando del “espíritu de partido” que divide a las comunidades, el Fundador declara: “Ninguna distinción ni de país u otra, no simpatías ni antipatías, sino un solo corazón en una perfecta igualdad”, y ella, al lado, después de haber subrayado, simplemente comenta: “Bellísimo” (p.104). Donde el Fundador aconseja “orar al Señor para que nos brinde el conocimiento perfecto de nuestra nada”, ella observa: “Nunca pensé en orar por esto. Es bellísimo». (P.118).