Celebrar la jornada de la Vida Consagrada es celebrar un día de especial agradecimiento a Dios porque nos ha hemos sido “elegido convocados/as para estar con Él y para la misión.”
Nuestra verdadera identidad consiste en “ser presencia viva del Amor de Dios dondequiera que estemos”. Jesús, cada día nos pone en movimiento hacia los demás y sus necesidades, ensanchando nuestro corazón y alargando nuestra mirada. Muchas veces vamos tan deprisa en nuestras cotidianidades que perdemos el gusto del “saber mirar”. Pero cuando salimos oxigenados de nuestra oración esta nos introduce en la sacralidad de la vida donde cada cosa nos conduce a lo esencial y cada encuentro con cualquier persona deja huellas profundas en nuestro corazón. Cada día servimos a este Cuerpo de Cristo que toma vida y forma en tantos modos a lo largo de nuestras jornadas. Y tantas veces respondemos “Amén” ante los nuevos desafíos y retos que se nos presentan, sabiendo que Él conoce nuestros miedos y debilidades, y aun así, Su confianza en nosotros, nos fortalece y nos da fuerza. Y por eso como San Pablo sentimos: ¡Todo lo podemos en Aquel que nos da fuerza!
Cada familia religiosa dentro de la Iglesia trata de vivir como Jesús de Nazaret, que pasó por la vida haciendo el bien, que no vino a ser servido sino a servir. porque es el servicio una de las actitudes que define nuestra vida consagrada. Para nosotros, los consagrados, servir es amar y amar es servir.
Somos siervos, estamos al servicio de Dios y de los demás; esa es nuestra tarjeta de identidad. Nos ha encargado una misión y una tarea y desea que amemos incondicionalmente a los que nos rodean. Con alegría ofrecemos nuestra vida, dones y capacidades para ayudar a los necesitados, para que el Reino que Jesús de Nazaret vino a instaurar esté presente en nuestro mundo hoy. Vivimos para los demás, nuestra vida es un don para los demás. Y Jesús en la última cena nos explicó bien cómo realizar ese servicio: lavando los pies de nuestros hermanos y hermanas, doblegándonos ante su presencia, besando sus llagas, amando sin límites…
Cada familia religiosa dentro de la Iglesia trata de vivir como Jesús de Nazaret, que pasó por la vida haciendo el bien, que no vino a ser servido sino a servir. porque es el servicio una de las actitudes que define nuestra vida consagrada. Para nosotros, los consagrados, servir es amar y amar es servir.
Somos siervos, estamos al servicio de Dios y de los demás; esa es nuestra tarjeta de identidad. Nos ha encargado una misión y una tarea y desea que amemos incondicionalmente a los que nos rodean. Con alegría ofrecemos nuestra vida, dones y capacidades para ayudar a los necesitados, para que el Reino que Jesús de Nazaret vino a instaurar esté presente en nuestro mundo hoy. Vivimos para los demás, nuestra vida es un don para los demás. Y Jesús en la última cena nos explicó bien cómo realizar ese servicio: lavando los pies de nuestros hermanos y hermanas, doblegándonos ante su presencia, besando sus llagas, amando sin límites…
Hna Mary Carmen, mc
Que linda es la entrega total de las hermanas para con Dios en la figura del mas necesitado, es una labor de admirar y de imitar , que huellas tan bien marcadas las que dejan en su caminar.