
Segunda parte de la reflexión bíblica de Angelo Fracchia sobre el discurso de Pedro en el día de Pentecostés
El significado de las alusiones
Hemos dicho que los evangelistas presentan sus textos con cierta atención “arqueológica”, para devolver fórmulas y modalidades de predicación que ya no eran válidas cuando escribían, y aquí encontramos varios ejemplos. Esto, entre otras cosas, nos permite acercarnos a la forma en que se ha llegado a las formulaciones teológicas a las que estamos más acostumbrados.
Aquí, por ejemplo, Jesús nunca es definido como “Dios”. Podemos pensar en dos jóvenes que empiezan a entrevistarse, que se gustan, que pasan cada vez más tiempo juntos. Probablemente tomará un tiempo el decirse que se aman, aunque la idea probablemente les zumbará a ambos muy pronto en la cabeza. Primero dirán que “se ven”, que “salen juntos”, que “hay alguien”.
Pareciera a los cristianos de la primera generación les haya sucedido algo parecido. Jesús ha hecho prodigios, fue crucificado, resucitó. Esto parece claro, casi objetivo. ¿Pero qué cosa significaba?
Se recuperan las profecías antiguas, se entiende que no podían hablar de David… Se dice que con la resurrección había sido “hecho” por Dios (Padre) Señor y Cristo. “Señor” ¿en qué sentido? ¿Como modelo, guía… o como sinónimo de “Dios”? “Cristo” como hombre extraordinario… o como algo más? Se dice que una vez resucitado recibe el Espíritu para donarlo a los hombres: ¿esto significa que antes estaba no lo tenía?
Los términos son ambiguos y son explicados. Algunos siglos más tarde también se podrá decir que son imprecisos. Es fácil imaginar que los cristianos de entonces se hayan dado cuenta de la naturaleza extraordinaria de Jesús, como hombre excepcional, más bien único. Y que se hayan dado cuenta de que con la resurrección se ha efectuado algo irrepetible. Más aún, de hecho, con el tiempo se dijo que no había sido obrado, sino que se había revelado, y que todo no había empezado allí, sino antes (de hecho, Jesús había mostrado con respecto a las tradiciones religiosas, la libertad de quien es el dueño). Pero de inmediato, ha sido muy clara, la resurrección y el hecho de que con ella se haya vuelto transparente el rol único en la historia de Jesús.
Y es incluso tierno que se dude así en explicar su dignidad divina. Como quien se encuentra ante algo tan grande, que casi no se atreve a decirlo. Podrían parecernos modalidades demasiado simples y humildes de aclarar el misterio de Dios, pero es el modo en que los seres humanos llegan a las realidades más profundas: no de repente, sino poco a poco, casi con temor. Porque el Dios cristiano respeta de tal manera la realidad humana hasta el punto que hacerla suya.

Consecuencias prácticas
La primera reacción de los oyentes de Pedro es “¿Qué haremos, hermanos?” (Hechos 2:37). Es una reacción comprensible. Pedro les había recordado que fueron ellos quienes pusieron en la cruz a este “Señor y Cristo”. No se podía no sentirse culpable y preguntarse cómo remediar esta situación. Y también es comprensible que la primera reacción se refiera al “hacer”. Hay quien dice que aquí se descubre el enfoque hebreo, religión que privilegiaría el “hacer”, pero mientras tanto esta es una simplificación superficial del judaísmo, y en realidad de todas las religiones, o simplemente de todo ser humano, que cuando debe cambiar algo, tiende a centrarse en las acciones, porque son más verificables y tal vez, incluso más fáciles de mantenerlas bajo control.
La respuesta de Pedro, efectivamente, desde este punto de vista puede parecer inquietante (v. 38): mientras tanto invita a convertirse o, para ser más precisos en la entrega, a “cambiar nuestra forma de pensar”. El foco de atención no está en las acciones, sino en los pensamientos, en las actitudes. En el fondo, en lo vivido por Jesús se destaca sobre todo un Dios que, ante el rechazo, no piensa en la venganza, sino en volver a ofrecer la paz. Lo primero que hay que hacer es salir de la lógica de pensar que, como he rechazado a Dios, él me castigará, como si fuese un patrón severo. En cambio, nos trata como amigos y vuelve a ofrecer gratuitamente la comunión. Sorprendente para nosotros. Por esto debemos “cambiar la cabeza”.
El “bautismo en el nombre de Jesucristo en remisión de los pecados” es la contraparte visible del cambio de mentalidad. Es un cambio que no se ve en la entrega de uno mismo, en el vestirse de cilicio y cubrirse la cabeza de ceniza, sino en aceptar estar unido simbólicamente a lo acontecido a Jesús. El mundo judío pensaba que el pecado dejaba también un residuo que solo Dios podía eliminar o “perdonar”. Y esta remisión de los pecados se lograba a través de sacrificios, a través de algo de lo que uno se privaba para darlo a Dios. En el fondo, casi inconscientemente es una idea que todavía nos seduce: aunque ya no matemos animales para complacer a Dios, a veces pensamos que si hacemos algo que nos haga sentir mal, Dios esté contento (aunque no esté muy claro el por qué, a menos que él sea un sádico).
De esta forma, añade Pedro, será posible recibir el don del Espíritu Santo. Dios interviene y dona allí donde nos ponemos en la disposición adecuada, que no es la de obtener los beneficios con fatiga, sino la de acoger con reconocimiento un don gratuito.
Angelo Fracchia, biblista