
Durante este año estaremos en compañía de los dos personajes que están en el origen de nuestro Instituto: el Fundador y el Co-fundador. No me refiero a su maravillosa colaboración, que todos conocemos, sino deseo destacar cómo el Padre Camisassa pudo ser tan hábil para garantizar el primer plano reservado al Padre Allamano. Me viene a la mente el título tan adecuado que los hermanos Mina le han dado a la biografía del P. Camisassa: “La beatitud de ser segundo”.
En las reflexiones que propondré me limitaré a descubrir esta actitud del Camisassa no tanto en general, sino especialmente en el plano de la formación. Así se verá cómo el Fundador tuvo la suerte de contar con una valiosa colaboración, no sólo para la organización y las actividades materiales, sino también para la preparación de los misioneros y de las misioneras. Me siento animado a proponer este tipo de reflexión a partir de una recomendación del Fundador, señalando al P. Camisassa como modelo de energía: “No olviden que les transmita un poco de su energía”. Se ve claramente que la frase “no se olviden de este hombre” le salió espontáneamente, por estar tan convencido del valor del Camisassa y del rol que de él ha atenido en la fundación y dirección del Instituto.
Sufrió angustias de muerte cuando, en 1922 le ha venido a faltar. En esa ocasión, ha escrito y dicho cosas realmente conmovedoras. No se pueden olvidar expresiones como estas:
“Él siempre estuvo dispuesto a sacrificarse, solo para aliviarme a mí”.
“Con su muerte perdí los dos brazos”.
“Todas las tardes pasábamos largas horas en mi estudio”.
“Hemos prometido decirnos la verdad y siempre lo hemos hecho”.

La naturaleza y la fuerza de la unión existente entre estos dos grandes sacerdotes, la indica muy bien el testimonio procesal del can. Nicola Baravalle: «Recuerdo aquella tarde en la que todos estábamos muy apenados, sea por la pérdida del gran Can. Camisassa, como también por las repercusiones que tal partida habría tenido en el Siervo de Dios. Asistió a la agonía y a la muerte sin una lágrima. Y luego, habiéndose ido a la iglesia, tan pronto como se arrodilló, prorrumpió en un llanto muy intenso y permaneció durante largo tiempo absorto en Dios. Levantándose luego hizo los arreglos necesarios; quedó durante algún tiempo impresionado, pero ya no dejó caer más ninguna lágrima, y no retornó más sobre el hecho». Es quizás la única vez que se recuerda el llanto amargo del Fundador. Dada su fuerza interior y su carácter contenido, parece casi imposible que esto haya podido suceder. Sin embargo, Baravalle atestigua decididamente que nuestro Padre no supo contener el llanto ante el Tabernáculo y ante la Consolata por la muerte del P. Camisassa.
Este a su vez, no se quedó atrás en expresar los sentimientos de amistad sacerdotal hacia el P. Allamano. Basta leer la introducción de la maravillosa carta que le envió desde Kenia para los augurios navideños del 1911. Entre otras cosas, escribe: “Esta es la primera vez, en 31 años, que no estaré unido – en cuerpo al menos- a los demás de la Consolata para presentarle los augurios. Pero si no estaré presente con el cuerpo, lo estaré mucho más con mi corazón, y Ud. lo sabe… sin que yo gaste tantas palabras, cuánto quisiera decirle en esa querida circunstancia. Pero si no estaré presente con el cuerpo, estaré tanto más con el corazón. La nostalgia era quizás uno de los afectos humanos que había sentido poco en mi vida: era necesaria esta distancia para que yo comprendiera bien […]». Vale la pena señalar esos puntos suspensivos: «y el Ud. sabe sabe…», que quieren decir muchas cosas!
Sin embargo, todavía es posible descubrir un detalle interesante en la actitud de Camisassa, que le da gloria: nunca ha osado considerarse, ni ponerse a nivel del Allamano, tanto estaba convencido de su elevación interior. Lo amaba sinceramente, era generoso en ayudarlo en todo, compartía alegrías y preocupaciones, pero siempre permaneciendo en un escalón más abajo. Para él, el P. Allamano era un verdadero santo y, como tal, un poco apartado por su comunión interior con Dios. Lo sentía cercano a él, pero más alto. Sólo así se comprenden ciertas expresiones de su estima sin límites por el Allamano.

Por ejemplo, según el testimonio de la Hna. Teresa Grosso, él habría confiado a un grupo de misioneras que lo interrogaban: “El Padre Fundador la ha visto a la Virgen y lo ha curado, de otra cosa, no me pregunten más porque no puedo hablar más, debido a que no puedo romper el secreto; […] Todo está escrito y en orden; y algún un día se sabrá todo, todo». También el P. G. Gallea, en el proceso diocesano, refirió sobre este tema, aunque indirectamente: «No escuché el Can. Camisassa hablar sobre esta aparición: pero una vez, después de relatar algunos episodios que se manifestaban en honor del Siervo de Dios, terminó diciendo que aún había muchas otras cosas que se debían decir de él; pero que por el momento todavía no era posible: pero que todo estaba escrito, y se conocerían a su debido tiempo. Es lamentable que, habiendo muerto el Can. Camisassa, el Siervo de Dios haya sustraído y destruido todas esas memorias, ya que hasta el presente no se encontró rastro de ellos». A la Hna. Margarita de María, superiora en Kenia, después de haberle dado noticias del Fundador, el Camisassa le recomendó: “¡Conserva como preciosas sus cartas porque él escribe tan pocas!”. Y nuevamente, con motivo de la partida de cuatro misioneros, a San Ignacio, les dijo: “[…] el Padre no es menos que su tío [el Cafasso] y otros santos de quienes leemos la vida, y llegará el día en que leeremos también la suya».
Hecha esta breve presentación, parece útil proponer por orden cómo el P. Camisassa supo unirse y colaborar con el P. Allamano también en el campo más importante, como es, el de la formación. Nunca lo suplantó, sino que siempre, con insistencia y convicción, dirigía hacia el P. Allamano tanto a los estudiantes como a los misioneros y a las misioneras jóvenes, lo hacía con insistencia porque lo consideraba el único formador del Instituto, el legítimo custodio del espíritu de los orígenes.
Como conclusión, releamos lo que el Cofundador le auguró al Fundador para la Navidad del año 1911, en la famosa carta que cité antes:
“Lo que quiero augurarle se compendia en una palabra que es la que todos unidos oramos por Ud. todos los días”. Que el Señor nos lo conserve… por muchos años para la formación de santos misioneros, llenos de espíritu apostólico […]. Esta es la única aspiración de la vida de Ud, y yo siento tanto más la sublimidad, después de haber visto de cerca la vida de Misión y el gran bien que se hace aquí y qué corona de gloria se va entrelazando aquí para su llegada al Paraíso… y por toda la eternidad».
P. Francesco Pavese, imc