Entrevista a Hermana Kibinesh

Hermana Kibinesh es una misionera de la Consolata nacida en Etiopía, que vive su misión en la Amazonía brasileña. Nos comparte en una charla amena su bonita vida misionera. 

 

Mi nombre es Hermana Kibinesh Amanuel Untiso, originaria de Etiopía y Misionera de la Consolata. Vivo en América, en el territorio amazónico, precisamente en el Estado de Roraima (Brasil), en la ciudad de Normandía. Estamos en la tierra indígena Raposa Serra do Sol, y compartimos la vida con diferentes grupos étnicos: Macuxi, Wapichana, Ingariko, Patamona y Taurepang.

 

Hermana Kibinesh, ¿qué significa para ti ser Misionera de la Consolata en la Amazonía?

Para mí, ser Misionera de la Consolata en Amazonía, que es la parte más grande del bioma del planeta, ¡es una gran bendición de Dios! Porque Dios creó a todas las criaturas y confió su cuidado a los seres humanos: me envió a esta tierra amazónica para que yo sea parte de todas sus criaturas. Puedo decir que la madre tierra, los ríos, los canales, los peces, los bosques, los animales, los pájaros, los seres humanos, es decir, cada ser viviente me habla del Dios creador, que los sostiene a todos.

En este sentido, me siento privilegiada de haber sido enviada como Misionera de la Consolata para experimentar la inmensa y dulce presencia de Dios entre y con los pueblos indígenas, como así también con todas las otras personas, compartiendo nuestra fe.

Al mismo tiempo, las muchas amenazas que se escuchan en Amazonas me llevan a preguntar si mi llegada como misionera a esta tierra tiene un sentido, y lo que hace la diferencia depende de si esta llegada, es positiva, o negativa; ´porque soy parte de la humanidad que, directa e indirectamente, amenaza el medio ambiente.

Pero la seguridad está en la confianza que Dios ha depositado en mí, al darme la posibilidad de mejorar la presencia misionera y profética, cuidando la vida y la dignidad de todos los seres humanos y de todas las criaturas de la Amazonía. Todos estamos conectados, como nos dijo el Papa Francisco.

Tú trabajas con jóvenes: ¿cuáles son los puntos fuertes y cuáles sus debilidades?

Sí, trabajo y aprendo con los jóvenes a través de la convivencia, la participación en las reuniones, celebraciones, visitas, formación y asambleas juveniles. La fuerza y ​​la belleza de los jóvenes radica en el entusiasmo que ponen en las iniciativas que consideran buenas, en la alegría de ser jóvenes, en su fuerza interior, en la creatividad que manifiestan en los encuentros con otros jóvenes, animándose a sí mismos y a toda la comunidad. Pero la fragilidad va en la misma línea: a veces el entusiasmo es solo por un tiempo, luego de repente los veo desganados, apáticos, ya no quieren hacer lo que antes hacían con muchas ganas. Me parece que fácilmente pierden la perseverancia. Fácilmente se sienten atraídos por el camino que conduce a la droga, al alcohol, al sexo sin un compromiso serio (con la consecuencia de que las adolescentes se convierten en madres solteras y abandonan la escuela). Esta situación me entristece, pero espero que con la gracia de Dios pueda mejorar.

 

Comparte con nosotros la gran alegría que te ha dado la misión.

¡Mi gran alegría es siempre Dios que me guía, me ilumina, me fortalece y apoya en cada momento de mi vida y de mi misión! Ahora, cuando hablamos de una gran alegría que Dios me ha concedido, es la de compartir mi vida con los jóvenes  indígenas. Es la alegría que cada día me anima a levantarme con más ganas y entusiasmo, buscando la mejor manera de compartirlas con ellos, así como también el saber vivir los momentos difíciles en la gracia de Dios.

 

¿Qué le dirías a una joven que está en búsqueda de su propia vocación?

Como ya he dicho, comparto mi vida y mi historia con los jóvenes: siempre ha sido una alegría y también un desafío hablar con sinceridad sobre la vida y la vocación. Se crea confianza con los jóvenes que todavía quieren conocer algo más sobre la vocación. Y a quienes se acercan para reflexionar, o a veces por pura curiosidad, siempre les digo lo mismo: Dios nos ha creado con amor y por amor, y nos sigue atrayendo de maneras diferentes y en tiempos distintos, a través de las personas y de las situaciones. Por esto Dios merece y espera nuestra respuesta audaz y valiente.

Cualquiera que fuere la vocación que tú sientas como joven, vale la pena. En nuestra intimidad escucharemos el susurro del Espíritu Santo y diremos nuestro SÍ cotidiano para hacer aquello a lo cual Él nos llama. ¡Que Dios nos ayude y María Consolata nos acompañe en este camino!

 

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