La Beata Irene se destacó por la acogida: Gikondi era considerada: la misión de la caridad.
La acogida es un requisito para comenzar a amar al otro, y para una misionera, esta es una condición indispensable.
La acogida tiene que ver con la apertura del corazón hacia el otro: es la salida de uno mismo para crear un espacio de hospitalidad para el otro, antes de que el otro pida ser recibido. Es una disposición del corazón: no nacemos siendo acogedores y no siempre se es naturalmente; es un camino arduo que involucra el corazón y la voluntad y dura toda la vida.
La hermana Irene ha tomado este camino. Queremos, a continuación, considerar tres aspectos de la hospitalidad de la hermana Irene.
La hermana Irene se hace espacio de salvación: A las personas que encuentra ella las ve en el contexto de la salvación: esas personas no saben lo que Dios ha hecho por ellas en Cristo Jesús, la Hna. Irene como misionera, siente el deber de acercarlas a Jesús para que lo conozcan y se conviertan a su amor salvífico y acepten el. Bautismo, renunciando a la forma de vida de antes.
La hermana Irene las acerca y entabla con ellas un diálogo de vida. Ella siempre saluda primero y está interesada por ellas. Gradualmente las conquista primero con su sonrisa, su afabilidad, su paciencia, su dulzura y su delicado modo de tratar. Acoge a todos sin discriminación y se convierte en su sierva, prestándoles los servicios que más necesitan. Corre presurosamente cuando sabe que alguien está enfermo, lo asiste y lo cura con ternura como si fuese su propio hijo”. No había enfermedad de la que tuviera miedo, ella entraba en todas partes, temía solo a Dios “(Gertrude Wabuthu Muriu, Positio, p 303).
La hermana Irene hizo un gran camino interior para que no haya en ella ninguna resistencia para recibir a alguien independientemente de cómo se presente la persona: para ella, nunca alguna persona es demasiado sucia, ni demasiado repugnante, ni demasiado insolente. Acepta a las personas y su entorno tal como son y basta. Es como si no viera el rechazo a veces agresivo o no escuchara los insultos que a veces le dirigían a ella. Ella persevera en la comunicación de la paciencia, del amor y la aceptación incondicional, con sus gestos y sus palabras llenas de ternura y amor materno. Trabaja interiormente para crear en sí misma un espacio libre de prejuicios y de todo lo que podría mantener a la gente lejos de la experiencia del amor de Dios. Así testimonian sus hermanas y las personas entre quienes ella ha prestado su servicio. “No tenía asco de las llagas o de la suciedad de ningún tipo; significa que no tenía ninguna repugnancia “(Ersilia Muthoni, Positio, 310). “Tenía una manera de ser amable y cortés y acogía a todos con mucha gracia y alegría, le daba la mano a todos y no tenía asco de nada ni de nadie, acogía y hablaba a la gente con buenos modales, mostraba la bondad de su corazón y con esos hermosos modales demostraba cuánto amaba a la gente.” (Testimonio de varios habitantes locales, Positio P. 307)” ¡En lo que repecta a las violencias debiò haber hecho tantas sobre la naturaleza!… Sabía soportar todo esto y más aún por la salvación de las almas. Y con esto, ¡cuántas almas ha salvado!” (Hermana Cristina Moresco, Positio, pág. 304).
Este trabajo interno, junto con su modo de actuar, poco a poco crea ese espacio acogedor donde la persona y Dios se encuentran y se entienden.
Para la misionera, este es el camino y el motivo de la acogida sin condiciones: atraer a las personas a Dios y no a si misma. La hermana Irene nunca se olvidó de esto en sus relaciones con la gente.
La hermana Irene se convierte así en la madre de todos sin excluir a nadie
La hermana Irene no se detiene en el bautismo, va más allá: su corazón se abre para recibir a estas personas como a hijos generados con tanto sacrificio y amor. Los cuida para que crezcan en la fe en Jesucristo, los acompaña incluso cuando se mudan a otras ciudades. Su corazón materno los cuida, los acompaña con su oración, los sigue con sus escritos, se interesa, los anima y los reclama a la vida en Cristo. Sufre cuando están en dificultades, reza por ellos como lo hace una madre por su propio hijo. Ellos mismos vienen a contarle su vida a Irene.
La hermana Irene no plantea condiciones, ni tiene preferencias por nadie: su maternidad incluye a todas las personas que encuentra en las aldeas y también a las hermanas. Como una madre, sabe que los niños son dones de Dios, y que se reciben asì como son donados. Para todos, ella usa mucha bondad y amor; por todos, se sacrifica en mil formas, para ganar sus corazones y llevarlos a Dios (Cfr Hna. Margarita De Maria, Positio, pág. 309).
La hermana Irene se convierte en un hogar para la gente que encuentra en su camino.
Ella siempre encuentra tiempo para todos, sin hacer distinciones. No rechaza ni aleja incluso a aquellos que la rechazan. Se deja encontrar por la gente y no le importa que la desvíen del sueño, de las comidas; ella está siempre disponible en cualquier momento. La gente la busca pidiendo ayuda, o simplemente para ser escuchadas.
En consecuencia, el hogar de la hermana Irene es el hogar de las personas que conoce en sus visitas diarias a las aldeas. Y no solo ellos, sino también de aquellos que vienen a conocerla a través de otros que hablaron de ella. Atrae a muchas personas a la misión.
La hermana Irene no quiere que se critique a las personas: hace mucho espacio dentro de sí y en el ambiente de casa para que todos se sientan queridos, aceptados. Se olvida de ella misma no solo por los Africanos sino también por sus hermanas. Crea espacio para que incluso aquellos que son frágiles encuentren formas de dar lo que pueden y logren transformarse gradualmente bajo el amor incondicional de todos. Por lo tanto ella misma se convierte en un hogar para todos.
“Por la caridad que se respira, la misión de Gikondi en los los tiempos de la Sierva de Dios era considerada: la misión de la caridad, la casa de la caridad” (Cfr Positio, pàgs. 171 y 163. Actas Capitulares de 2011, p 34). Esta es la verdadera acogida que brota en el amor, “en caridad florida” como nuestro Padre y Fundador José Allamano enseñaba a las primeras hermanas, entre los cuales está la hermana Irene.
Hna Jane Muguku, mc