La alegría de pertenecer

Hna Ferhiwot, misionera de la Consolata etiópica, comparte la alegría de recibir el mandato misionero y sus primeros pasos en la misión de Liberia 

Recibí el mandato misionero para Liberia en mi parroquia de la Santísima Trinidad en Addis Abeba y unos días después, tuve el privilegio de ir a Italia antes de partir para mi misión. Mi experiencia misionera comenzó cuando dejé mi país, me despedí de tantas personas queridas y llegué a Italia con el corazón abierto a Dios, con la plena confianza de que el que me había llamado y destinado a la misión en Liberia, me habría concedido todas esas gracias que necesitaba para afrontar con éxito mi vida misionera.

Mi estadía en Italia me ha enriquecido espiritualmente, fortaleciendo mi fe. La visita a muchos lugares significativos como la Basílica de San Pedro, la ciudadela de Castelnuovo donde nació nuestro Fundador, el Beato José Allamano, el santuario de la Consolata, la Casa Madre de Turín me ayudó a comprender con más amor nuestro origen como misioneras de la Consolata y fue una fuente de inspiración para mi vida. Después de estas hermosas experiencias vividas en Italia, finalmente me llegó el día de partir hacia mi misión, donde fui llamada a compartir el amor de Dios con mi nuevo pueblo y a ser para ellos una presencia de consolación.

Antes de dejar la comunidad de Nepi recibí la bendición de las hermanas que estaban presentes ese día. Fue un momento muy conmovedor para mí y al mismo tiempo un estímulo para seguir adelante en el nombre del Señor. Al día siguiente salí para Liberia y, después de un feliz viaje, llegué a la comunidad de Harbel, la más cercana al aeropuerto. Aquí también he recibido una “acogida” fraterna de las hermanas que viven allí.  Junto a la alegría por estas maravillosas experiencias, sentía en mi corazón un cierto temor de ir a un país desconocido para mí, a una población y una cultura que nunca había conocido y con las que tenía que empezar a relacionarme. Pero poco a poco fui dejando de lado mis temores, confiando en que lo que me estaba pasando era precisamente lo que el Señor quería para mí en ese preciso momento de mi vida.

Después de pasar unos días en Harbel, llegué a la comunidad de Buchanan, a la que estaba destinada. Desde el principio, lo que más aprecié fue el hecho de que los liberianos son un pueblo sencillo, muy abierto y acogedor. Dondequiera que iba, encontraba personas que deseaban hacerme sentir a gusto y como “en mi casa”.

Nuestra tarea más importante en esta ciudad es la de administrar el “St. Peter Catholic High School” que pertenece a la Arquidiócesis de Monrovia. Allí son acogidos los alumnos desde el Jardín de infantes hasta los cursos superiores, jóvenes llenos de vida y de energía. En la escuela nos dedicamos a tiempo completo a actividades de apostolado con alumnos, maestros, profesores y padres; por mi parte me siento muy feliz de poder relacionarme con los niños y los jóvenes, el estar con ellos me da mucha alegría.

La escuela tiene tres “lemas”: temor de Dios, buen comportamiento y fuerte empeño, en los que también se basa nuestro apostolado. A veces no es tan fácil tratar con los jóvenes, pero con la ayuda de Dios logramos, a través de ellos, aportar algo nuevo a la sociedad, ya sea desde el punto de vista académico como el de ser un buen ejemplo para los alumnos de otras escuelas.

Los fines de semana ayudamos a los monaguillos en su formación humana y espiritual y también en la promoción vocacional. Es alentador ver cómo crece la Iglesia en Liberia: de hecho, dos de nuestros alumnos, pertenecientes a nuestra parroquia, han elegido el camino del sacerdocio, dándonos una gran alegría.

Los dos primeros meses de mi permanencia en Buchanan sirvieron para tomar contacto con la realidad del lugar, conocer a los maestros, a los profesores, a los estudiantes y a sus padres y a familiarizarme con ellos. También he tenido que enfrentarme con algunos desafíos como las condiciones climáticas y el idioma inglés que, hablado por los liberianos, tiene un sonido diferente al que se habla en mi tierra. Además, cuando llegué al país, el miedo vinculado a la epidemia de ébola aún era grande; en la iglesia y también en otros lugares estaba prohibido dar la mano para intercambiar un augurio de paz o para un simple saludo.

Mi impresión fue fuerte cuando pude compartir los sufrimientos, las preocupaciones, las lágrimas de la gente, junto con sus expectativas para el futuro. Yo los escuchaba con viva participación pero, en ciertas ocasiones, me sentía incapaz de dar una verdadera consolación.

Estas experiencias me han enseñado a enfrentar los acontecimientos de cada día con mucha esperanza y me han acercado a Dios, con la convicción de que la evolución de los asuntos humanos no depende de mis esfuerzos e intentos, sino de la gracia de Dios. Ya pasaron tres años desde mi llegada a Liberia y ahora siento ser parte de este pueblo.

Hna Ferhiwot, mc

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