Mi experiencia en la misión de Catrimani

Andrea, postulante en la congregación de las Misioneras de la Consolata, nos comparte su experiencia misionera en Catrimani, corazón de la Amazonía

Soy Andrea Leite Carvalho, actualmente estoy en la etapa de formación del Postulantado, en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata.

Por medio de este artículo, comparto con ustedes un poco de mi experiencia de dos meses en la misión Catrimani, ubicada en el corazón de la selva amazónica, municipio Caracaraí, estado de Roraima, a 250 km de Boa Vista.

La misión Catrimani surgió en 1965, con la llegada de los Misioneros de la Consolata en el territorio perteneciente al pueblo Yanomami. Las Misioneras de la Consolata entraron en el equipo en 1990. Desde los inicios contribuyeron de manera eficaz en la defensa de la vida, de la cultura, del territorio e de la floresta. El principio fundamental de este modelo de misión es anunciar la alegría del Evangelio a través del silencio, del diálogo y del testimonio, generando lazos de amistad y de intercambio de valores, elementos fundamentales para el diálogo inter-religioso e intercultural. 

A partirde eso, pude acompañar de cerca la vida del equipo misionero, pero de manera especial de nuestras hermanas de la Consolata, que trabajan en la escuela estadal indígena yanomami  Yano Thëã, en el trabajo con las mujeres en proyectos y en el desarrollo del diálogo interreligioso e intercultural con el pueblo. 

Una de las primeras expresiones que aprendí fue totihi mahi, que significa muy bonito, bueno, ótimo. Creo que define de una manera general mi experiencia, donde pude aprender mucho más el valor de la vida, de la familia, de la comunidad.   El respeto a las culturas que son muy diferentes de la nuestra, la comprensión de la cosmovisión, de los anhelos que todo ser humano busca interiormente y el compartir de los bienes, como hacían los primeros cristianos. 

Mi gran desafío: salir de la correría de la ciudad de San Pablo, después de un período de tres años estudiando Teología en la facultad S. Bento, en el corazón de la grande ciudad, en medio de tanto ruido, tantas personas en movimiento, e ir a la selva, donde los ruidos conversan armoniosamente, las personas viven en medio de los animales, la vida silenciosa, hasta olvidadas, a veces, sin ninguna comunicación, a no ser por la radio: todo eso me ayudó no sólo a encontrar a los demás, sino a encontrar a mí misma y a Dios.  

El pueblo Yanomami vive con simplicidad su vida, teniendo como base el valor del  moyame, o sea: una persona integrada consigo misma, con las personas y con el ambiente, que sabe aconsejar, que habla “con las personas”, no “acerca de las personas”. Con eso, cada uno busca elevar su dignidad humana cada día, aunque a veces se falla, la búsqueda es constante.  Ello me hizo evaluar mi vida, lo que es realmente importante para mí, y cómo volverme mejor frente a esta experiencia. 

Además, son personas muy silenciosas en sus trabajos. Las mujeres son fuertes, elegantes, cuidadoras de sus familias.  Los hombres son fuertes, cazadores y pescadores ilustres, sostienen la familia. Juntos educan a los hijos con la comunidad en que está inseridos. Viven el malocas, donde todo es compartido, desde el nacimiento hasta la muerte. 

Por todo esto agradezco primeramente a Dios por esa experiencia que me permitió el conocimiento de la cultura y del pueblo Yanomami, que se denominan “Hijos de Omama”, así como aspectos fundamentales de la misión de los Misioneros y Misioneras de la Consolata que comparten sus vidas y dones en favor de la Iglesia y de los hermanos que viven en la floresta, de manera silenciosa y constante, en medio de tantos desafíos y peligros que surgen.  En esto consiste el martiorio diario tan deseado por nuestro Padre Fundador José Allamano y que las Misioneras de la Consolata son llamadas a vivir diariamente con empeño y dedicación.  

Andrea Leite Carvalho, postulante mc

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