Recuerdos desde wamba

Terminamos el mes misionero con una estupenda experiencia desde Kenya, que nos comparte la Hna Nunzialba

Esa noche también fue una noche muy empeñada. Las llegadas al hospital, a altas horas de la noche, siempre eran de personas en estado grave, atacadas por búfalos o por otros animales feroces.

Era casi medianoche cuando vinieron a llamarme porque había una persona grave, encontrada medio muerta en el desierto, atacada por un búfalo. El doctor ya había sido advertido por el custodio. Bajé al hospital y el médico ya estaba ahí intentando organizar el trabajo, por dónde empezar…

El herido era un Morani de más de dos metros de altura que incluso tenía nada menos que el pecho abierto y se veía que en la parte media del pecho los órganos aún latían. (Morani. Nombre de Kenia que significa: guerrero. Popularidad)

El corazón y los pulmones estaban llenos de hierba y sangre; también tenía una pierna rota y traumatizada con heridas extensas. ¿Cómo hacer? Lo primero, después de haber organizado un poco el trabajo, era invocar la ayuda del Señor, ¿y después, qué? “Probemos, dijo el médico, con agua salada y betadine para lavar el torax, primero quitando, con las manos, toda la hierba que invade el espacio y los órganos del torax”. ¡Nos ocupó casi dos horas! Luego, el médico comenzó a reparar las costillas rotas con un alambre de metal muy fino, ¡trabajo que duró casi cinco horas! Finalmente, se inspeccionaron los órganos.

Ciertamente no ha sido posible limpiar todo, los órganos son tan delicados que es necesario continuar el trabajo con mucha precaución. Luego se colocan algunos grandes drenajes en las diversas cavidades más sucias, y después de haber rociado el campo con antibióticos, se cierra el tórax. Hemos dejado las fracturas de la  pierna, intentando cerrar solamente las heridas. Terminamos el trabajo en el quirófano alrededor de las 9.30 de la mañana, después de haber conectado los gruesos tubos del drenaje a los distintos grifos… Dejamos al herido en las manos del Buen Dios, mientras nos preguntábamos cómo esa persona pudo resistir tantas horas con un trauma similar.

De vez en cuando, durante las distintas intervenciones, nos deteníamos porque parecía que el pulso ya se había detenido. Continuamos así durante muchas horas solo con anestesia local y de vez en cuando y algunos cc de Ketalar (anestésico general). El enfermo ciertamente se había vuelto casi insensible al dolor y no teníamos otra esperanza que la de creer que Dios también obra con milagros.

He sufrido mucho por ese paciente, todas las mañanas antes de ir a la sala operatoria pasaba a verlo. Estaba en una pequeña habitación donde poníamos a los más graves. Miraba siempre con tanta fe ese rostro casi apagado por el sufrimiento. Lo llamé por nombre “Katapan” y él abría un poco los ojos para cerrarlos nuevamente cansados. Yo miraba esos esos frascos donde los drenajes vertían el contenido, cuánto pus, siempre… Entraba en la habitación casi desanimada, pero continuaba  con esperanza todavía… Le hemos dado tantos  antibióticos pero…

Una mañana como de costumbre pasé al lado de su cama, lo llamé y él abrió los ojos, me miró y me llamó “¡Mamá”! No pude contener las lágrimas y le imprimí un beso en la frente y saliendo, para ir al quirófano, sentí una gran emoción, yo seguía en lágrimas. El médico me preguntó qué había pasado y le dije: “Katapan no muere, me llamó mamá”. El doctor no podía creer… ¡qué cambio! Agradecimos juntos al Señor y fuimos a asegurarnos que era cierto, Katapan se estaba recuperando. Nos organizamos para hacer las demás operaciones, en la pierna, ¡una no era suficiente, sino varias!…

Cuando Katapan comenzó a caminar, nos preguntábamos cómo era posible todo lo que había ocurrido. Estábamos seguros de que Dios miraba con ojos de predilección a este su amado hijo. Yo lo  ayudaba a caminar, con mi estatura llegaba hasta su codo; ¡Yo tan pequeña que me comparaba con un Morani tan alto!

Después de unos meses Katapan fue dado de alta del hospital y fue precisamente en ese intervalo que  tuve una reacción a la quinina con un SDRA, (Síndrome de dificultad respiratoria aguda)  que me llevó a la unidad de cuidados intensivos del Aga Kan, un hospital en Nairobi. La mía también era una situación grave, ¡pero yo también me salvé!

¿Qué pasó entonces, cuando Katapan regresó al hospital para los controles? La Hna. Micaelita Merlino me lo dijo: “Quiero ver a mi madre”, preguntó de inmediato. La Hermana le explicó que yo estaba grave en el hospital, entonces, aquel hombre gigante se sentó en el suelo con la cara entre las manos y lloró. “Me enterneció tanto…” – dijo la Hna. Micaelita.

Ya no supe nada más de él, me recuperé, me dieron de alta en el hospital y regresé a Italia, pero Katapan siempre está en mi mente y en mi corazón. ¡Oh Dios, qué grande es en tu Misterio de Amor!  Solo tú sabes hacer lo imposible, lo que a los ojos del hombre ni siquiera se puede pensar que pueda suceder. Cuántas veces he vivido estas emociones y sigo diciendo: Gracias, Padre mío. ¡Tú solo eres Dios y eres Padre y Madre de todos nosotros!

Hna. Nunzialba Ghezzi, mc

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