Resistencia y rendición de una misionera obstinada: Hermana Marzia

La hermana Marzia Feurra nos dejó inesperadamente el 1° de mayo del 2022 en Djibouti. Mujer para las mujeres, sómala con los somalíes, enfermera, pero siempre hermana cristiana entre los fieles musulmanes: estas son las coordenadas de sus 60 años de vida religiosa, todos vividos ​​a 45° de calor en la sombra del Cuerno de África. De una entrevista concedida en el año 2019 a Paola Aversa, de la Caritas de Roma.

¿Cuándo comenzó su presencia en Somalia?

Nuestra congregación abrió su primera misión en Mogadiscio en el año 1925. Nos ocupábamos principalmente de los huérfanos, la educación y la salud, creando al mismo tiempo escuelas y hospitales. Yo llegué a Mogadiscio en el año 67 y todo transcurrió sin problemas hasta el 69, cuando Siad Barre llegó al poder. En el 72 el gobierno decidió la nacionalización de toda actividad privada: expropiaron las misiones y nos pusieron bajo el control de funcionarios del gobierno. En el trabajo con los niños, nos acompañaron algunas jóvenes somalíes, con el fin de que “aprendieran el oficio” para luego alejarnos del territorio a las hermanas. Después de un mes, vino a visitarnos el vicepresidente, Hussein Kulmie. Luego de haberlo escuchado, las chicas dijeron que solo se quedarían si nosotras nos  quedábamos con ellas. Mientras tanto, también el nuncio Mons. Calabresi logró convencer a las autoridades de la bondad del trabajo que se realizaba en las misiones y logró obtener el derecho a quedarse con cuatro de ellas (Afgoy, Merka, Kisimayo y Gilib). Continuamos nuestra obra con niños y adolescentes, bajo la dirección y supervisión de cuatros personas locales: aunque no recibíamos ningún salario, de hecho éramos sus empleadas. La situación empeoró notablemente a principios de la década de los años 90. Ya en julio de 1989 había sido asesinado el obispo de Mogadiscio, Mons. Colombo. La guerra civil se estaba gestando, los grupos armadas rugían en las calles. Hubo escasez de todo tipo de bienes, los precios aumentaban y con ellos el descontento. En 1991 Siad Barre fue derrocado del poder por su Ministro de Defensa, el general Mohamed Farah Aidid, y se inició una dura lucha entre los distintos “señores de la guerra”, al frente de clanes y facciones rivales, que dio paso a una cruenta guerra civil (que continúa hasta hoy).  En enero de 1991 sólo estaban presentes en Mogadiscio unas pocas religiosas y tres religiosos, entre ellos el p. Giorgio Bertin (ahora obispo de Djibouti y administrador apostólico para Somalia). En la capital ya no había  seguridad porque había disparos en las calles y la milicia entraba por todas partes, saqueando y matando. A estas alturas ya no podíamos quedarnos y teníamos solamente dos posibilidades: escapar llegando al aeropuerto o refugiarnos en la embajada italiana; ambas metas estaban distantes y se trataba de atravesar Mogadiscio bajo el fuego de las armas y las bombas.

Cómo lograron escapar? 

En estas situaciones la gente del lugar siempre nos ha ayudado. Un hombre somalí se ofreció para acompañarnos a la embajada italiana. Éramos unas diez hermanas y en la mañana temprano, cuando todavía estaba oscuro, salimos a pié de la misión, llevándo con nosotras la Biblia y muy pocas cosas.Lo seguimos, serpenteando por calles suburbanas y barrios menos afectados por los combates.Cuando la embajada estuvo cerca nos dejó, pero inmediatamente fuimos detenidas por militares que nos apuntaron con sus ametralladoras. Yo, que hablo sómalo, me acerqué a hablar con el comandante y lo convencí de que nos dejara llegar a la embajada. Hizo algo más: ordenó que nos escoltaran hasta allí. ¿Y luego? Expresé al embajador mi preocupación por las demás hermanas que quedaban en la ciudad; me aconsejó no ir a su encuentro, diciendo que teníamos que esperar una evacuación más segura. Insistí y nos proporcionó un automóvil con un conductor sómalo. Durante el trayecto, agité una toalla blanca, como si lleváramos a un herido. Conseguimos pasar los controles hasta encontrar a las hermanas que, viviendo en los suburbios, no eran del todo conscientes del peligro. Logramos regresar a la embajada con la misma suerte. Sin embargo, aún quedaba una comunidad de hermanas ancianas en riesgo, que permanecían encerradas en casa y con miedo, bloqueadas tanto física como psicológicamente. Esta comunidad estaba en una zona “caliente”, controlada por milicias rebeldes antigubernamentales, lo cual era sumamenta peligroso. El embajador esta vez nos negó tanto el coche como el conductor, ¡demasiado riezgo! A la mañana siguiente, alrededor de las cinco, cuando aún no se habían reanudado los combates, una hermana y yo salimos a pie de la embajada italiana para reunirnos con esas hermanas. Los  gobernantes nos bloquearon  impidiéndonos continuar porque, decían que, las milicias enemigas nos iban a matar. Insistí, explicándole que teníamos que ir urgentemente al hospital para atender a las hermanas enfermas. Después de algunos tira y afloja nos dejaron pasar. A unos pocos centenares de metros de la misión, los rebeldes también nos detuvieron: no podían creer lo que veían sus ojos y, tal vez incluso divertidos por nuestra “locura”, nos dejaron pasar sin tocarnos un pelo. Inmediatamente, una de nosotras se puso al volante del pulman y otra se acomodó en el asiento delantero fingiendo estar gravemente enferma. Partimos rápidamente ondeando la habitual tela blanca y cruzamos Mogadiscio en guerra sin que nadie nos detuviera ni nos disparara, llegando finalmente a la embajada.

¿Entonces todas ustedes fueron evacuadas de la Somalia? 

En noviembre de 1991, la embajada y el gobierno italianos lograron organizar una evacuación de Mogadiscio, pero tres de nosotras, todas enfermeras, permanecimos en Somalia, tratando a los heridos junto con los Médicos sin Fronteras. Poco después, episodios de amenazas indujreron a los  Médicos sin Fronteras a evacuar al personal. En marzo de 1992 regresé a Mogadiscio siguiendo al SOS, una organización que tenía un hospital infantil, donde trabajé hasta 2006, cuando asesinaron a la hermana Leonella Sgorbati. Mogadiscio seguía siendo un lugar muy peligroso... Mientras la guerra estaba entre las distintas facciones y tribus y entre los distintos señores de la guerra, las hermanas nunca nos sentimos directamente amenazadas. Ciertamente, caían proyectiles y bombas que llegaban a nuestra casa y podíamos ser alcanzados por ellos, pero no éramos un objetivo. Las cosas cambiaron cuando llegaron los fundamentalistas: hemos entrado en la mira como cristianas y como religiosas.

Tanto es así que Usted fue víctima de un secuestro

Ocurrió en 1998. Estuve en manos de los milicianos durante tres días y dos noches. Mientras regresaba a casa desde el trabajo en Mogadishu, un automóvil se detuvo junto a mí y unos hombres armados me empujaron dentro a la fuerza. Me llevaron a una casa, en algún lugar de la ciudad, donde me encerraron en un cuarto vacío, había solo una estera en el piso. De las conversaciones de mis captores, entendí que su propósito era obtener un rescate. ¡Les expliqué que no había hecho nada malo, que más aún, curaba a sus hijos y a sus enfermos, durante muchos años! Me hicieron entender que no habrían renunciado al dinero.

¿Cuál era su estado de ánimo en esa situación?” 

Lo raro es que, tras un momento inicial de miedo, en las horas siguientes me quedé totalmente tranquila, como si lo que me estaba pasando fuese normal. A todo lo que me decían, les respondía en somalo, siempre con buenos modales. Quería mantenerlos tranquilos, no quería contrariarlos. La primera noche también habían enviado a una mujer para que me hiciera compañía. La segunda noche, en cambio, tuve miedo, porque me quedé sola con diez hombres armados, drogados por el khat que masticaban continuamente. Me preguntaba si y cómo podría salir viva de allí, traté de mantenerme lúcida, pero todavía no he podido cerrar los ojos.

¿Cómo se produjo su liberación?

No sabía que el rumor de mi secuestro se había extendido entre las madres de los niños atendidos en el hospital, y que habían salido a las calles de Mogadiscio gritando por mi liberación, en un cortejo improvisado. No sabían dónde estaba encerrada; mis secuestradores me habían quitado el velo y me habían endosado un burka para que no pudieran reconocerme, pero para las mujeres, agudas observadoras, no fue difícil reunir algunos rumores e información y averiguar dónde yo me encontraba. Entonces se dirigieron todas juntas al lugar donde yo estaba presa, rodeando la casa y exigiendo mi liberación. Desafiaron a la milicia armada diciendo que no se irían de allí hasta que no hubiesen liberado a “su” monja. Los soldados comenzaban a enfastidiarse, e intentaron un par de veces por la noche de moverme a otro lugar, pero sin éxito, porque las mujeres vigilaban la salida. Yo estaba impotente, esperando solo mi destino. En la mañana del tercer día, vino la madre de uno de los carceleros y se dirigió a su hijo con dureza, diciéndole que estaba avergonzada de él y ordenándole que me soltara. La mujer comenzó a gritar y a rasgarse la ropa, parándose frente a mí y diciendo que si me iban a matar primero tendrían que matarla a ella. Unas horas más tarde, otras mujeres fueron a buscar a un anciano muy influyente, una especie de sabio o “santón”, para que intercediera por mi liberación. Este empezó a hablar con los secuestradores, citando pasajes del Corán y pidiéndoles que me liberaran. Finalmente, tras una larga y acalorada discusión, aceptaron. Cuando salí por la puerta de mi “prisión”, no podía creer lo que veían  mis ojos; desde adentro no había entendido el alcance de lo que estaba sucediendo afuera: había gente hasta donde alcanzaba la vista que gritaba de alegría, vitoreaba, bailaba y cantaba. Apenas podíamos movernos por la multitud que rodeaba el vehículo. En todo este asunto, este fue el momento más hermoso, mi “Pentecostés”. La gente que anima, la alegría de tantos musulmanes por ¡una monja!

Después de esta experiencia, ¿ha continuado a trabajar en  Mogadiscio?

He continuado como antes hasta el 2006. Lamentablemente después del asesinato de la Hna. Leonella no ha sido posible permanecer en Mogadiscio y en Somalia: era demasiado peligroso y aún,inútil porque ya no podíamos hacer nada más por esa gente. Todo se ha perdido o destruido. ¿Cómo han hecho para resistir a la guerra en esos años? ¿Y por qué mataron a la Hna. Leonella? La prudencia era la única manera de sobrevivir. Hemos pasado 16 años de guerra feroz: realmente no sabíamos por la mañana si llegaríamos vivas por la tarde, pero nos arreglamos para salir adelante, a no exponernos, a no tomar partido en esa confusión de pandillas, tribus. y facciones que se enfurecieron y aún se enfurecen en Somalia. Cuando la superiora general nos llamó preocupada por la situación y nos preguntó si queríamos irnos, para ponernos a salvo, nosotras respondíamos que queríamos quedarnos. Nos animaba y nos aseguraba que estaría cerca de nosotros cualquiera que fuese nuestra decisión. Nos decía: “¡Pregunten a su gente, escúchenlos a ellos y después decidan!”. En la dificultad, tomábamos la Biblia y buscábamos la luz en la oración y en la palabra del Señor, y siempre la hemos encontrado: la palabra de Dios nos infundía valor. Al final siempre acordamos quedarnos con nuestros niños, con nuestros ancianos, con los que nos necesitaban. La muerte de la hermana Leonella llegó como un rayo caído en cielo sereno. Ella trabajó con 800 niños tuberculosos: todos sabían lo que hacíamos allí, y todos nos mostraban afecto, pero eso no impidió que el 17 de septiembre de 2006 la Hna. Leonella fuese asesinada. Cada día los kamikaze  mataban a civiles inocentes es cierto, todos los días, es cierto, pero siempre que había un atisbo de algún movimiento extraño, alguien nos advertía, sugiriendonos que no saliéramos o que evitáramos ciertas calles. Después de todo, la gente estaba con nosotras, la población de Mogadiscio es pacífica y generosa y siempre nos ha ayudado en los momentos difíciles. Nos decían que mientras nosotras nos quedáramos, la luz de la esperanza seguiría encendida para ellos. Lamentablemente no fue posible, todo se ha perdido o destruído.

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