“Tata Dios, corazón de mamá”

Sus ojos tienen un brillo propio, en su rostro  quemado por el sol, su mirada llena de ternura y sonriente, llega directo al corazón. Cuando te sentís necesitado de nueva energía, el encuentro con Martina es sanador.  Entrar en su casa es encontrar un hogar. Su apretón  de mano, te asegura su cercanía, comprensión y apoyo, más allá de las palabras. Y el mate, amigo,  preparado con amor, te da la bienvenida! Siempre hay un lugar para uno más en su corazón, y su escucha, atenta y profunda, te revelan su capacidad de acogida.

Miro su rostro, sus manos encallecidas y pienso en lo que significa la resiliencia: sí, Martina tiene, sin lugar a dudas, esa capacidad de hacerle frente a la vida, a diario, con firmeza, con amor, con entrega, entre lágrimas o sonrisas, pero con fortaleza inquebrantable, con la constancia y tenacidad que brotan del amor. Bien lo saben sus hijos y bien lo sabemos nosotras, sus amigas: su existencia no ha sido fácil, sin embargo Martina no se ha quebrantado. No la han doblegado ni el dolor ni la traición: por sus hijos ha luchado y ahora, en su barrio, es punto de referencia, lugar de sabiduría; su apretón de manos te asegura su cercanía y su estar, en las buenas o en las malas, por si lo necesitás!

Su secreto? “Sabés, el corazón del Tata Dios es un corazón de Mamá, tierno y fuerte, El me enseña, El conoce y comprende, en El encuentro siempre mi descanso!” Y su sonrisa, cómplice, expresa la alegría profunda de una mujer que ha hecho de su vida una entrega, gratuita, incondicional, transformando cada encuentro en sacramento de esperanza y de amor.

Mi pensamiento vuela lejos… a nuestras hermanas allá en África, en Somalia. La guerra había quebrantado los lazos de fraternidad entre familias, entre vecinos. Parecía no terminar nunca y cuántos jóvenes han llegado a  ser adultos sin conocer los que significa “paz”! Cuatro Misioneras de la Consolata compartían, desde años, el dolor, la incertidumbre, el riesgo de la vida. Visitarlas, escucharlas, compartir, ha sido uno de los regalos más grande que recibí en mi vida misionera. Con sencillez, días a día, iban ofreciendo su servicio en la pediatría de Mogadiscio, único hospital que permanecía abierto, recibiendo niños y mamás que llegaban desde muy lejos. Mohamed, musulmán, guardián del hospital, me contaba cómo, en pleno ataque armado, sentados en unos escalones frente a la casa, se encontraron él y las hermanas, cada uno rezándole a su Dios. “Yo miraba el rostro de las hermanas”, me contaba Mohamed “sus labios apenas se movían, seguramente rezando, pero me sorprendía como su rostro quedaba sereno, en paz. Yo tenía mucho miedo, y el estar al lado de ella, que son mujeres de Dios, me sentí contagiado por su paz. No tenían miedo? Yo creo que sí, pero su serenidad me infundía coraje.”  Con humildad y fortaleza, con serenidad y coraje, han vivido día a día la pasión del pueblo sómalo. Y cuando se les pedía a los pocos operadores humanitarios que habían quedado en Somalia, de dejar por un tiempo el territorio – pues se estaba volviendo demasiado peligroso permanecer allí –  las hermanas decidían no salir, porque, se les hacía imposible aunque sólo el pensar de dejar a su gente. “Si ustedes están con nosotros, significa que Dios no nos ha todavía abandonado” decían las mamás de la pediatría “si ustedes se van, el sol se oscurece, ya no brilla más…Ustedes nos dan fuerzas para seguir luchando…” Mujeres sencillas, estas hermanas misioneras, mujeres con corazón de madres, que abrieron su casa para el primer encuentro de lideres musulmanes de facciones diferentes que buscaban un hogar para hablar de reconciliación, en el camino hacia una paz que aún hoy parece tan, pero tan lejana!!! Mujeres empeñadas a ser, cada día, con humildad y sin estruendos, con los gestos cotidianos del servicio hacia todos, sin distinciones de culturas o religiones,  signos del Dios Consolador, Padre-Madre de la vida, el Dios con corazón de Mamá!  Y esto hasta el fin, hasta entregar la vida y regar, con su sangre, la amada Tierra de Somalia, como la Hna. Leonella, que perdonó a quienes le dispararon…

Sierva de Dios Leonella Sgorbati, misionera de la Consolata

Mujeres que con valentía pusieron  y ponen cada día su genio femenino- como lo llamó Juan Pablo II – al servicio de la Vida!  Como María de Nazareth, discípula de su Hijo Jesús, como Mama Antula, la mujer, dijo Papa Francisco, que ayudó a consolidar la Argentina profunda; como Martina, Rosa, Luisa y Edith y tantas otras… que tienen sus ojos fijos en el  Tata Dios que tiene corazón de Mamá!

Hna Gabriella Bono, MC

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