Un corazón consolado

“La Virgen Consolata, de inefable ternura maternal es dulzura y amparo sublime.
Dolor y consolación son los dos extremos entre los cuales transcurre la existencia humana.
Danos un  corazón  consolado que sepa dar consolación a los demás, que sepa consolar a los afligidos, compartir, comprender, ofrecer, renovar.
Del Paraíso, Madre, haz  descender y madurar en nosotros la consolación.
Envíanosla para que permaneciendo en nosotros nos guíe por el camino de la salvación y  de la felicidad.
Somos incapaces de cultivarla en nuestro corazón y expresarla en nuestro comportamiento, en las palabras  y en nuestras acciones.
Cólmanos de consolación, no solo para nosotros sino para todos nuestros hermanos (Isaías 61, 10 – 11).
Danos la capacidad de comunicarnos con todos, de anunciar en todas partes el mensaje de la Consolación, de reavivar el espíritu de los humildes, de reanimar el corazón de los oprimidos, de mostrar a cada uno el sendero de la Vida, alegría completa y plena confianza en el Consolador Optimo.
Que mis palabras y las nuestras no impidan a los sencillos conocer la Palabra que da vida y Consolación,  sino que sean transparencia y pureza: diálogo abierto de amor, de bondad, de consolación”.

Esta espléndida oración de Madre Nazarena Fissore (1907-1987), tomada de sus apuntes personales, puede constituirse para nosotras, Misioneras de la Consolata, en una ocasión para sumergirnos en la frescura siempre nueva del pozo carismático, en el que bebió el  Fundador  para engendrar nuestra familia religiosa.

“Del Paraíso, Madre, haz descender y madurar en nosotras la consolación”!

¡Cuánta necesidad tenemos hoy como ayer, de Consolación, Madre!

¡Cuánto la desea nuestro corazón!

La Consolación, una vez que desciende, para que madure, debe ser  custodiada.  Nuestro corazón es transformado en espacio vivo y palpitante, en el que madura y crece el Don:  El depósito, decía el Fundador, debe ser custodiado, aumentado.  La Consolación entonces obra a partir de un corazón que se ha dejado colmar.  El flujo de la consolación lo llena, lo dilata, en una diástole espiritual que es receptividad gozosa, grata, humilde, llena de confianza.  Es así que el corazón consolado se transforma en corazón consolador, exultando en la sístole del Don, irrigando salvación y gozo.

¡Es el pálpito de la vida!

Es el pulso de la Misión.  Es anunciar, reavivar, reanimar, señalar el sendero de la alegría.  Y es volver a dilatarse para recibir, acoger y desbordar de nuevo.

Que mis palabras y las nuestras sean transparencia y pureza.

Que mis palabras  y las nuestras,  como arterias vivas, sirvan de vehículo a la vida.  Canales dilatados por la exaltación del Don.  Nada mas.  Nada menos.

¡No sean nunca vasos obstruidos que asfixien el corazón!

¡No obstaculicen el fluir de la Consolación hacia todas “las periferias existenciales” (Papa Francisco)!

¡No enreden los senderos simples!

Sean puras y transparentes nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras miradas.

Transparencia y pureza, resplandor de la luz límpida e intensísima de Dios, a través del corazón cristalino de María y a través del corazón de cada una de nosotras, cuando se deja llevar por el impulso del Espíritu cuando es capaz de ayunar de todo lo que obstaculiza el círculo de la Consolación, cuando se sacude de la tranquilidad que se asemeja peligrosamente al apagarse de la vida, cuando sabe reencontrar el rastro de Dios en todas las cosas y en todas las cosas, el rastro de Dios.

¡Si, concédenos Madre Consolata un corazón consolado como el tuyo!

Concédenos un corazón consolado que sepa llevar la consolación  a los demás.

Que mis palabras, nuestras palabras, no impidan a los sencillos conocer la Palabra que da vida y Consolación.

El caudal de la Consolación llena el corazón, lo dilata en una diástole espiritual que es receptividad gozosa, grata, humilde, confiada.

Entonces el corazón Consolado se transforma en corazón consolador, sobresaltando en la sístole del don, irrigando salvación y alegría.

Que mis palabras  y las nuestras,  como arterias vivas, sirvan de vehículo a la vida.  Canales dilatados por la exaltación del Don.  Nada más.  Nada menos.

 

Hna Simona Brambilla, mc

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