Les presentamos unos testimonios sobre el corazón grande de la sierva de Dios Leonella Sgorbati, que pronto será beatificada
Monseñor Jorge Bertín, hablando de Sor Leonella, el día después de su muerte, así la recuerda: “Me gustaba hacerle chistes a Sor Leonella, yo le decía que tenía un corazón más grande que su cuerpo… y era verdad: no obstante que tuviera algunos problemas de salud estaba decidida a continuar ayudando al pueblo somalí. Desafortunadamente una bala destrozó su gran corazón”.
Sor Joan Agnes, Misionera de la Consolata, Kenyota, a los dieciocho años conoció a Sor Leonella mientras frecuentaba la Escuela de Enfermería, en el Hospital de Nkubu. Más tarde, cuando ingresó a la Comunidad de las Misioneras de la Consolata, volvió a encontrarse con ella durante los años de formación y finalmente la tuvo como superiora. Recordando los años transcurridos en el Hospital de Nkubu, comenta: “El corazón de Sor Leonella era más grande que ella misma. En la Escuela de Enfermería conocía a cada estudiante, se interesaba no solo por nuestros estudios sino también por los problemas de nuestras familias y por el camino que tomaríamos en el futuro.
Con frecuencia, los estudiantes tocábamos en la puerta de su oficina fingiendo tener un dolor de cabeza porque nos gustaba charlar y compartir con ella. Sor Leonella entendía inmediatamente si necesitábamos una aspirina o un dulce, o simplemente una palabra de aliento. Decía que sus estudiantes sufrían del “hapa na hapa síndrome” (“síndrome del mal de aquí, mal de allá”). Para curarlos, decía, era suficiente una aspirina… y mucho amor. Nos ayudaba sin ahorrar esfuerzos, pero al mismo tiempo nos desafiaba no solo a “recibir” sino también a “dar”, especialmente a quienes se encontraban solos y enfermos. Tenía un corazón grande para acoger a quien sufría o luchaba para resolver los problemas que la vida pone en el camino de cada uno”.
Sor Josefina Martinoli, religiosa de la Congregación de la Preciosísima Sangre, afirma: “Encontré a sor Leonella en 1990, en el Hospital de Nkubu, en Meru, donde era responsable de la Escuela de Enfermería. Era profesionalmente competente y exigente. En el Hospital organizaba las prácticas de las estudiantes; se veía que tenía un corazón grande, estaba siempre dispuesta a perdonar y a ayudar con generosidad a las personas. Con ella, visité una vez un enfermero que estaba en la cárcel por haberse robado unas medicinas. Me conmoví al ver cómo se acercaba a aquel muchacho y le hablaba, haciéndole entender que se había equivocado, pero al mismo tiempo le demostraba comprensión y perdón, prometiéndole que cuando saliera de la cárcel, lo aceptaría nuevamente en el Hospital. Viviendo en comunidad con Sor Leonella experimenté que su presencia irradiaba paz”.
Sor Lena Vittoria Bisotto, quien por varios años fue Secretaria de la Región de Kenya, afirma: “Sor Leonella tenía un corazón grande, inmenso, capaz de acoger, apreciar, perdonar, compartir, olvidar, sonreír y en los momentos más duros dar amor y vida. Y cuando llegaban las incomprensiones, sonriendo decía: “Gracias a Dios, tengo la espalda ancha”. Su humor ayudaba a hacer más ligeras ciertas amarguras, pero más que todo la sostenía la fe en aquel Dios que le hacía sentir fuerza en la debilidad, alivio en el sufrimiento y luz en las incertidumbres del camino”.