Un mundo fascinante

La hermana Eleusa es una misionera de la Consolata brasileña que desempeña su apostolado en la Amazonia venezolana; en este artículo nos comparte fraternalmente la historia de su vocación y las razones profundas de su permanencia en ese país.

La historia de mi vocación no tiene nada de extraordinario, es muy simple y está relacionada con la presencia de las Misioneras de la Consolata en Auriverde, un pequeño pueblo en el municipio de Crixás, en el estado de Guiás. Tenía siete años cuando conocí a las misioneras. Ellas desarrollaban una tarea pastoral de promoción de la mujer y eran muy activas en el sector educativo. Entré en relación con ellas participando en su catequesis y asistiendo a la escuela, donde enseñaban religión.

Mis maestras, contaban la historia de las misiones, me hicieron viajar por África y despertaron en mí el deseo de ser como ellas. La opinión que desde niña y adolescente tuve de ellas era la de gente buena, personas de Dios, por lo tanto deseaba imitarlas. Estas semillas que fueron plantadas en mí desde que era pequeña, comenzaron a brotar 17 años más tarde, cuando pensé seriamente si debería casarme o ser yo también una misionera.

Después de un período de acompañamiento vocacional, cuando ya tenía veinte años, en 1991 ingresé en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata, en la comunidad de Jardim Consolata, para iniciar el entonces llamado período del aspirantado. Hice mi profesión religiosa en 1996. Las etapas de la formación inicial me ayudaron a discernir aún más mi llamada a consagrar mi vida a Dios para la misión. Después de haber emitido mis votos religiosos, fui destinada al Centro Comunitario Nossa Senhora Aparecida, para la experiencia del año apostólico. El contacto con los niños y adolescentes de este Centro y con las cercanas comunidades de base, me dio la oportunidad de profundizar mi vocación para la misión, de acuerdo con el carisma de las Misioneras de la Consolata. Posteriormente emprendí la etapa de los estudios teológicos. En ese período vivía en la casa regional, en São Paulo, y los fines de semana estaba empeñada en la catequesis bíblica para niños en la favela Boi Malhado. Lo que más me sorprendió fue el hecho de que la catequesis se realizaba debajo de los árboles en el cementerio de Cachoeirinha, porque no teníamos ningún espacio disponible para reunir a los niños. Esto hizo surgir en mí un fuerte deseo de seguir más de cerca los pasos de Jesús Misionero, lo que fue posible gracias a mi destinación a la Amazonia venezolana, entre los indígenas Ye’kwana.

Llegué a Venezuela en 2001. En ese entonces el país no tenía nada que ver con la realidad de hoy. Con el pasar del tiempo he visto el con mis propios ojos el declive de esta hermosa tierra. Todo esto me da el coraje de quedarme con estas personas que han permanecido hasta hoy y que no tienen intención de dejarla, porque no conocen un lugar mejor donde poder ir.

Desde que llegué a Venezuela, siempre he cumplido mi apostolado entre los grupos étnicos Ye’kwana y Sanema, en la misión de Tencua, en el estado de Amazonia. Desde allí llegamos a las otras aldeas, que son 35 en total. Acompañamos a esos pueblos en el campo de la salud, de la educación, de la formación de líderes, en la pastoral y la catequesis sacramental. Cuando llegué a Tencua, me impactó el choque cultural. Desde el momento en que nunca había conocido a una comunidad indígena, sentí algo así como que estaba viviendo en otro mundo, muy diferente al mío. Tuve una sensación de soledad y me sentí como un pez fuera del agua. Pero de inmediato, la conciencia de ser una persona consagrada a Dios para la misión, mis reuniones personales con Aquel que me había enviado, el estudio del idioma y de la cultura del lugar, me ayudaron poco a poco a entrar en aquel mundo misterioso y encantador. de los Ye’kwana.

Hoy puedo decir que cuanto más conozco este mundo, más me fascina. La situación actual en Venezuela afecta a todos y el reflejo de la crisis tiene repercusiones más allá de las fronteras de esta nación y también, naturalmente, sobre los pueblos indígenas, hijos de la selva. Todo el mundo conoce la crisis económica y política que atraviesa el País. Lo que puedo describir es la actitud que ha asumido nuestra comunidad de Misioneras de la Consolata en Tencua ante esta realidad. No nos quejamos por la falta de tantas cosas, pero compartimos lo poco que tenemos, buscando caminos alternativos, haciendo de esta situación una oportunidad para superar el egoísmo, creciendo en solidaridad y practicando seriamente nuestro voto de pobreza. Sentimos muy fuerte en este momento la presencia del Dios providente, que, cuando menos lo esperamos, se hace presente con sus sorpresas, para alentarnos: a través de la llegada de un kilo de azúcar, un litro de aceite, un pescado.

Si tuviera que enviar un mensaje a aquellos jóvenes que desean convertirse en misioneros ad gentes, les diría que comiencen este camino sin dudar y sin temor, porque Aquel que nos llama y nos envía a donde Él quiere, no nos deja solos. La misión es suya, nosotros solo somos sus felices servidores.

Hna Eleusa Do Carmo Socorro, mc

 

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