Acabamos de celebrar la fiesta de nuestro Padre José Allamano, y ahora reflexionamos sobre la Casa que él construyó y que para nosotras es una Madre.
La construcción de la Casa Madre
Sabemos que en los inicios, la primera comunidad de Misioneras de la Consolata encontró una sede en el edificio ubicado en la calle Duca di Genova Nº 49, heredado por Mons. Demichelis, y que también había sido la cuna de los Misioneros. Un año después de la fundación, encontramos al Fundador empeñado en buscar una mejor sistemación para las Hermanas: busca un área fabricable en la zona de Porta Susa, aproximadamente a mitad del camino entre el santuario de la Consolata y la Casa Madre de los Misioneros. El número de las postulantes aumenta y él pone al corriente de este proyecto al canónigo Camisassa, ocupado en la visita a los misioneros en Kenia. El padre Allamano le escribe al Camisassa el 4 de abril de 1911: “Ciertamente será necesario con el tiempo pensar en las Hermanas cuyo número aumenta y deben permanecer no menos de dos años para formarse; pero todavía hay tiempo y veremos hacia Porta Susa..”.. Los maristas construyeron una pequeña iglesia a lo largo del camino de la calle Francia, casi cerca de la iglesia de Jesús Nazareno. Mientras alguno no piense en el lugar más arriba donde tenemos el ojo… “. Dos meses después vuelve sobre el tema: “La Consolatina ya se hace incapaz de recibir a las inquilinas. Ya son 22 además allá de la Superiora (de lo que nos alegramos) y Eugenio, y varias están esperando para venir. Pero para esto espero su regreso” (4 de junio de 1911). La Superiora es Madre Celestina Bianco, de las Hnas Josefinas, y cuyo onomástico era el 19 de mayo. Eugenio es el coadjutor Marinaro.
Al regreso del Camisassa, el problema es afrontado: la búsqueda de un terreno para la construcción en el área de Porta Susa continúa hasta 1914, con un resultado negativo. Entonces, el Fundador vuelve sobre la solución provisoria de reservar para las Hermanas una parte de la Casa Madre de los Misioneros, que estaba destinada al seminario mayor. Un grupo de Hermanas se transfiere a la Casa Madre de los Misioneros en septiembre de 1912, reemplazando a las Hermanas de San Cayetano en los servicios de cocina y guardarropa..: En diciembre del mismo año, toda la comunidad de las Hermanas se transfiere de la Consolatina a la parte norte del edificio de la Casa Madre IMC.
Mientras tanto, se decidió construir la Casa Madre de las Misioneras cerca de la de los Misioneros, en el terreno libre, utilizado como huerta, con vistas a las calles Bruino y Coazze, terreno que pertenece al Allamano. Esta solución no fue la deseada por el Fundador y dejaba la puerta abierta a “condicionamientos recíprocos”. Con el fin de diferenciar las dos casas, el Allamano quiso que las orientaciones del edificio de las Hermanas se dispusieran en un nivel diferente al del edificio de los Misioneros. Los trabajos de construcción de la Casa Madre de las Misioneras comenzó el 19 de abril de 1915. El 17 de septiembre se vendieron la Consolatina y la antigua casa Roveda. Pero los fondos también se extraen de los intereses de las dotes de las hermanas, entregados al Fundador. Los trabajos de construcción avanzan rápidamente a pesar de la difícil situación de guerra en la que se encuentra el País. El Fundador es consciente del riesgo que corre desde un punto de vista financiero y en la conferencia del 5 de septiembre de 1915 le dice a las Hermanas: “¿Y nosotros? Hacemos fabricar. Algunas personas preguntaron: “¿Cómo va? A estos claros de luna!”. Bien, también es caridad dar trabajo a esos pobres albañiles, que no lo encontrarían…». El diario del Seminario Mayor, después de haber dado la noticia del comienzo de los trabajos, concluye: “Afuera hay gritos de hambre, […] y el Sr. Rector da inicio a la casa de nuestras Hermanas Misioneras precisamente al lado nuestro, así las gracias del Cielo tendrán una sola dirección (Circunvalación 514-518), así un solo espíritu, una sola obra, un solo triunfo ».
“Este edificio es construido en un tiempo récord; faltaban todavía los revoques, los pisos y las puertas cuando, en 1917, el gobierno lo solicitó para ser utilizado como un depósito de medicamentos“. En noviembre de 1919, la casa fue restituida y continuaron los trabajos de terminación, siempre bajo la dirección del Camisassa. El 4 de septiembre de 1922, la comunidad de las Misioneras de la Consolata entra a habitar en su propia Casa Madre. El edificio está constituido por dos edificaciones, una en la calle Ferrucci y la otra en calle Bruino, conectados por un porticado. En la Capilla, inaugurada el 18 de septiembre de 1921 por el Fundador, está el altar que ahora se encuentra en Nepi, construido por los Hermanos IMC muy probablemente en Etiopía.
2. Algunos lugares de la casa particularmente significativos.
El 18 de diciembre de 1921, el Fundador se entretiene con las Hermanas en una de las habituales Conferencias. Acaba de saludar a un grupo de Misioneros que partían para Kaffa y todavía estaba profundamente conmovido. Resume a las Hermanas el discurso pronunciado a los que partían, que termina dejándoles un recuerdo: “Y ahora te doy un recuerdo: acuérdense de la piedra de la que están sacados. Acuérdense de esta Casa Madre a la que deben dejar, acuérdense de la educación recibida, lleven con ustedes el espíritu de esta institución, que es toda para formar a santos y doctos misioneros. Recordando el bien recibido en tantos años, piensen en todos los Superiores que fueron los medios de los cuales se ha servido el Señor para formarlos. Recordarán en particular a los que ya se fueron al Paraíso
A las Hermanas todavía les recuerda: “La Casa Madre siempre es un nido querido y cuando tendremos que ir a África, deberíamos sentir una cierta nostalgia ante el pensamiento de tener que dejarla. Acuérdense siempre de esa roca de piedra (la Casa Madre) de la que hemos sido sacadas”. Y aún más: “Es en esta casa donde es necesario formarse: aquí están los Ángeles trabajando para difundir gracias… aquí están las gracias de la formación para la vida religiosa y misionera… en África hay otras, pero esta ya no… aprovéchenlas y díganselo a sí mismas: debo hacerme santa, gran santa, pronto santa». Sí, esta es la casa que el Fundador ha querido y construido para nosotras. Aquí él se entretenía con las Hermanas, las formaba a través de su presencia, de las Conferencias y de las conversaciones personales. Aquí la plantita del Instituto crece. Aquí está el querido nido. Algunos lugares son particularmente bendecidos y rebosantes de la presencia del Fundador y de las primeras Hermanas que habitaron aquí, y se han imbuido del Carisma, lo vivieron y lo transmitieron.
3. Una casa, una madre. La Casa Madre realmente representa para nosotras MC el “querido nido”, “la roca de la que hemos sido sacadas”. La Casa Madre es el hogar de todas las MC, porque todas nosotras hemos ahondado aquí nuestras raíces; aquí están nuestros orígenes, aquí se genera y se forma nuestra identidad vocacional, lo que nos hace Hermanas, el Carisma del que todas participamos, principio espiritual que contiene el sentido de nuestro ser en el mundo y nos hace únicas, originales en la Iglesia. El Fundador, junto con el Cofundador, han construido para nosotras esta casa que, también en su estructura material, transmite intensos mensajes espirituales y carismáticos. Esta casa remite inequívocamente a otra Casa, la casa cálida y viva en la que hemos sido generadas y formadas, la casa que sigue acogiéndonos, para regenerarnos y enviarnos: María, la Consolata. Ella es el verdadero “nido”, la verdadera Casa, la roca real de la que hemos sido desprendidas, la cantera de la que hemos sido extraídas (cfr. Is 51,1), la Madre, el seno de la cual hemos nacido, la Fundadora. El padre nos recuerda: «La verdadera Fundadora es la Virgen»; « ¿No es acaso la Santísima Virgen Nuestra Madre bajo el hermoso título de Consolata, y nosotros sus hijos?
Sí, nuestra Madre tiernísima, que nos ama como a la pupila de sus ojos, que concibió nuestro Instituto, lo sostuvo en estos años espiritual y materialmente, tanto aquí en la Casa Madre como en África, y siempre está lista para atender a todas nuestras necesidades, por lo cual puedo dormir sueños tranquilo… Casi podríamos ofenderla al decirle estas palabras: Monstra Te esse Matrem; Más bien, Ella puede dirigirse a nosotros: diciendo: monstra te esse filium ». La Casa Madre es para nosotras un lugar tan sagrado precisamente porque representa a la Consolata en su maternidad, en su ser nuestra madre, nuestra fundadora, la que lleva a cabo su obra de generación de esta criatura suya, que es el Instituto, a través del Padre Fundador. Entonces podemos ver la Casa Madre como una representación, imagen, retrato de la Consolata en su ser Madre, fundadora, generadora y principio de identidad. Entrar en Casa Madre es entrar a la Consolata. Regresar a Casa Madre es regresar a la Consolata. Reposar en Casa Madre es reposar en la Consolata. Nutrirse en Casa Madre es ser amamantados con ternura por la Consolata. Rezar en Casa Madre es orar en y con la Consolata. Gustar la fraternidad en Casa Madre es celebrar el origen de nuestra hermandad en Ella, en la Consolata única madre nuestra. Trabajar en la Casa Madre es participar en la misión de la Consolata; vivir en la Casa Madre es vivir en su seno. Entonces, volver a la Casa Madre es volver al significado de nuestra existencia, a la fuente de nuestro Carisma. Porque nuestro carisma no es un principio, no es una doctrina, no es una reflexión, no es solo una experiencia. Nuestro Carisma es una persona, es Ella, la Consolata, en su generar en su propia carne al Hijo, la Consolación del mundo en su andar misionero hacia quien no lo conoce, en su búsqueda solícita y premurosa de los hijos lejanos para conducirlos a casa; en el tierno y fuerte abrazo de Dios Trinidad. Solo en ella, solo en íntima y profunda relación con la Consolata, nosotras nos convertimos realmente en lo que somos; solo en el contacto con Ella nuestro ADN libera toda su fuerza; ¡Sólo en ella el fuego de la Consolación inflama nuestro corazón y lo transforma en misión! ¡Volver a la Casa Madre, entonces, es regresar a este contacto íntimo, profundo, vital con nuestra Madre y dejar que encienda en nosotros su Fuego de amor, que nos inflame con su maternidad!
Hna Simona Brambilla, mc